- by Harris Clark
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El mito fundamental del sionismo es el regreso del pueblo judío a su
tierra. Según dicho mito, El pueblo soberano fue conquistado y exiliado a
lo largo y ancho del orbe pero se mantuvo marginal y unido, inspirado
por la memoria de su antigua soberanía. A finales del siglo XIX, el
pueblo judío inició su retorno, que culminó en la dramática creación del
Estado de Israel en 1948, dando cumplimiento al anhelo de dos milenios.
El historiador de la Universidad de Tel Aviv Shlomo Sand, en su notable
libro La invención del pueblo judío, explora el trabajo académico
pasado y presente para refutar la historiografía sionista subrayando su
carácter mitológico, y nos cuenta en cambio la historia de una minoría
religiosa y de su credo oscilante entre el proselitismo y la conversión,
sujeta a las mismas fuerzas sociales que afectan a cualquier otra
minoría religiosa.
"Los judíos Saben a ciencia cierta que una nación judía ha existido
desde que Moisés recibió las tablas de la ley en el monte Sinaí, y que
son sus descendientes directos y exclusivos (con excepción de las diez
tribus, que todavía no se han encontrado). Están convencidos de que esta
nación "salió" de Egipto, conquistó la "Tierra de Israel" (...) También
están convencidos de que esta nación fue exiliada, no una vez sino dos,
después de su periodo de gloria —tras la caída del primer templo en el
siglo VI a.C., y de nuevo tras la caída del Segundo Templo, en el año 70
d.C. (…) "Creen que ese pueblo —su "nación", que debe ser la más
antigua— vagó en el exilio durante casi dos mil años y, sin embargo, a
pesar de esta prolongada estancia entre los gentiles logró evitar la
integración o asimilación en el seno de éstos (...)
"Entonces —sostienen—, a finales del siglo XIX una circunstancias
excepcionales se combinaron para despertar al viejo pueblo de su largo
letargo y prepararlo para el rejuvenecimiento y para el retorno a su
antigua patria. Y, de ese modo, la nación comenzó a regresar con
alborozo (…)
"(...) Cierto, algunas personas a las que nadie había invitado se
habían instalado en esta tierra, pero dado que "durante toda su Diáspora
el pueblo se mantuvo fiel a ella" por espacio de dos milenios, la
tierra de Israel pertenecía sólo al pueblo judío y no a ese puñado de
gentes sin historia que simplemente se habían tropezado con ella. Por lo
tanto, las guerras libradas por la nación errante para conquistar el
país estaban justificadas, la violenta resistencia de la población local
fue criminal, y solo merced a la (muy bíblica) misericordia de los
judíos les fue permitido a esos extranjeros permanecer y vivir en el
seno y al lado de la nación que había regresado a su idioma bíblico y a
su tierra maravillosa".
"Dominado por el particular concepto de nacionalidad propio del
sionismo, sesenta años después de su creación el Estado de Israel
todavía se niega a verse a sí mismo como una República al servicio de
sus ciudadanos (...) La excusa para esta grave violación de uno de los
principios de la democracia moderna, y para la preservación de una
etnocracia desbocada manifiestamente discriminatoria contra algunos de
sus ciudadanos, se basa en el mito activo de una nación eterna que en
última instancia debe congregarse en su tierra ancestral".
La ausencia de pruebas de expulsión, y la preeminencia —socavadora
del mito— de la conversión y el proselitismo en la historia de la
comunidad judía, demuestran que los judíos y el judaísmo eran iguales a
cualquier otra minoría religiosa y a su credo. Los babilonios,
efectivamente, deportaron a la élite judía cuando conquistaron el reino
de Judá en el siglo VI a.C., pero ni babilonios ni asirios deportaron a
poblaciones enteras. El templo fue reconstruido y Jerusalén devastada
por los romanos cuando éstos aplastaron la revuelta zelote en el año 70
d.C., pero "en ningún lugar de la abundante documentación romana se
halla mención alguna sobre ninguna deportación de la población de
Judea". Tampoco la revuelta de Bar Kochba terminó en expulsión. "Es
probable que se llevaran a los combatientes cautivos, y otros
seguramente huyeron (...) pero las masas de Judea no fueron exiliadas en
el año 135 d.C."
Los historiadores nacionalistas (Heinrich Graetz a mediados del siglo
XIX, Simon Dubnow a finales del XIX y principios del XX, Salo Baron a
mediados del siglo XX) no vincularon los conceptos de exilio y
destrucción. Graetz y Dubnow se hicieron eco del dramático relato de
Flavio Josefo sobre la destrucción de Jerusalén; Baron fue más
académico, pero buscó sobre todo "evitar una conexión entre el fin de
Judea como entidad política y la desaparición de la ‘nación étnica’
judía, que ‘nunca encajaba completamente en los patrones generales de
las divisiones nacionales’. Así pues, los judíos son un pueblo con un
pasado extraordinario diferente de cualquier otro pueblo". Los
historiadores sionistas (Yitzhak Baer y Ben-Zion Dinur, de la
Universidad Hebrea, mediados del siglo XX) no abonaron la tesis de la
expulsión en el año 70, pero la trasladaron a una fecha posterior a la
conquista árabe del siglo VII d.C., tal como veremos más adelante.
El rápido crecimiento de la población judía en todo el Mediterráneo
oriental antes del año 70 d.C. plantea otro problema para los
historiadores nacionalistas. Para explicar ese crecimiento, La
perspectiva sionista establece una lista de posibles causas que, en
orden decreciente de importancia, comprende las deportaciones, las
emigraciones para huir de la penuria, la emigración voluntaria, y, por
último, un movimiento de proselitismo y de conversión que culminó en el
siglo I d.C. Sand afirma que el último factor fue con mucho el más
importante, a pesar de la visión convencional según la cual el judaísmo
sería una religión no proselitista y aislante. En una disertación
heterodoxa impartida en la Universidad Hebrea en 1965, Uriel Rapaport
afirmó categóricamente: "Habida cuenta de su gran escala, la expansión
del judaísmo en el mundo antiguo no puede explicarse por el crecimiento
natural de la población judía, por la migración de judíos desde su
patria, o por ninguna otra explicación que no incluya la adhesión de
extranjeros al seno de la comunidad religiosa judía". “Rapaport se unió a
una tradición historiográfica (no judía) que incluía a los grandes
eruditos de la historia antigua", los cuales “afirmaban, para usar las
palabras fuertes de Theodor Mommsen, que ‘el judaísmo antiguo no era en
absoluto exclusivo; al contrario, era tan proclive a propagarse como el
cristianismo y el Islam lo serían en el futuro’”. La tesis "fue bien
recibida en la Universidad Hebrea" en 1965, "antes de la guerra de 1967,
antes del endurecimiento del etnocentrismo en Israel, y más tarde en
las comunidades judías del mundo occidental".
La expansión mediante la conversión fue la práctica principal de la
dinastía de los Asmoneos, fundada en 165 a.C. La historiografía sionista
"presentó al judaísmo como opuesto al helenismo y describió la
helenización de las élites urbanas como una traición". Sin embargo, "lo
que los Macabeos expulsaron de Judea no fue el helenismo sino el
politeísmo. Los asmoneos y sus estructuras de poder eran
irreductiblemente monoteístas y típicamente helenísticas". "El helenismo
inyectó al judaísmo el elemento vital del universalismo antitribal, que
a su vez reforzó el apetito de los gobernantes por propagar su religión
(...) Los asmoneos no se proclamaban descendientes de la Casa de David y
no veían ninguna razón para emular la historia de Josué, el mitológico
conquistador de Canaán”. Los asmoneos conquistaron Palestina central y
meridional, convirtieron a sus habitantes por la fuerza y más tarde
hicieron lo mismo en Galilea. A principios del siglo III a.C. se inició
en Alejandría una traducción griega de la Biblia: el judaísmo se estaba
"convirtiendo en una religión multilingüe”. "No es exagerado afirmar
que, de no haberse producido la simbiosis entre judaísmo y helenismo,
que fue lo que más que ningún otro factor transformó al judaísmo en una
religión dinámica y de propagación durante más de trescientos años, el
número de judíos en el mundo de hoy sería aproximadamente el mismo que
el número de samaritanos." "La Mishna, el Talmud y numerosos comentarios
rebosan de declaraciones y debates destinados a convencer al público
judío de que acepte a los prosélitos y los trate como a iguales.” Parte
de la competencia del cristianismo con el judaísmo en el siglo I d.C.
surgió de la "mitología sobre la idea de que los judíos habían sido
exiliados como castigo por haber rechazado y crucificado a Jesús", que
data de los escritos de Justino el Mártir en el siglo II y que
reprodujeron otros escritores cristianos.
Cuando el cristianismo se convirtió en la religión del Estado
bizantino bajo Constantino I, "el estatuto jurídico de los judíos no se
alteró drásticamente”, pero los edictos represivos contribuyeron al
declive del judaísmo. Además, "los creyentes judíos comenzaron a adoptar
la noción de exilio como castigo divino". "El concepto de exilio llegó a
moldear las definiciones del judaísmo rabínico con respecto al
creciente poder del cristianismo." El “futuro que habría de abolir el
exilio era totalmente mesiánico y quedaba por completo fuera del poder
de los judíos humillados”. La población judía comenzó a disminuir cuando
las ganancias por proselitismo se convirtieron en pérdidas por
conversión al cristianismo.
Para los historiadores sionistas, todavía "era necesario disponer de
un exilio forzado, de lo contrario sería imposible comprender la
historia ‘orgánica’ del pueblo judío ‘errante’ (...) El comienzo del
‘exilio-sin-expulsión’ (...) comenzó sólo con la conquista árabe. Esto
ayudó "a reducir al mínimo el tiempo de exilio para maximizar la
reclamación nacional de propiedad sobre el país”. "Según Dinur, el país
cambió de manos debido exclusivamente a ‘la incesante penetración en el
país de gentes del desierto, a su fusión con sus exóticos elementos
(sirio-arameos), a la adopción de la agricultura por parte de los nuevos
conquistadores y a su apropiación de tierras judías’”. Sin embargo,
“Dinur exhibe una “embarazosa falta de fuentes documentales en su empeño
por fundamentar su tesis” acerca de una expulsión de los judíos a
instancias de los musulmanes. La drástica disminución de la población
judía "tras la conquista musulmana del siglo VII (...) no se debió a que
los judíos fueran expulsados del país, un hecho sobre el que no existe
la más mínima evidencia en las fuentes históricas".
La confiscación de tierras fue mínima debido a que el ejército
conquistador era relativamente pequeño y tras su victoria partió rumbo a
nuevas campañas. Además, los conquistadores tenían una "actitud
bastante liberal hacia las religiones de los pueblos derrotados, siempre
que fueran monoteístas, por supuesto". A cristianos y judíos solo les
exigían el pago de un impuesto de capitación. A falta de otras pruebas,
"es razonable suponer que en Palestina / Tierra de Israel se inició un
lento y moderado proceso de conversión al Islam que supuso la
desaparición de la mayoría judía en el país".
Sobrepasado por los flancos en el Mediterráneo, el judaísmo se
expandió en los márgenes del cristianismo. La poderosa tribu y reino de
Himyar, que de hecho gobernaba Yemen, se convirtió al judaísmo en el año
378, y una dinastía judía gobernó hasta el primer cuarto del siglo VI
d.C. Es probable que los himyaritas fueran el origen de la tribu de los
judíos falasas etíopes. En 525 el reino Himyar fue conquistado por el
reino cristiano de Aksum, situado al otro lado del Mar Rojo, en la
Etiopía moderna. En 570 la zona fue conquistada por los persas, que
paralizaron su cristianización, pero el país no se convirtió al
zoroastrismo. Cuando los ejércitos islámicos llegaron en el año 629 se
encontraron con una población cristiana y judía, y "el profeta les
advirtió en una carta que no obligaran a la población local a
convertirse al Islam".
Los judíos Himyaritas fueron la base histórica de los judíos
yemeníes. Baron escribió "varias páginas acerca de ‘los antepasados de
la judería del Yemen’, y trató de varias maneras de justificar el duro
trato que aquellos judíos yemeníes dispensaron a los cristianos", por
ejemplo en el caso del rey Dhu Nuwas, que masacró a 20.000 personas por
rechazar la conversión. Esta masacre fue objeto de debate en un programa
de la BBC sobre los himyaritas y provocó las protestas de la Junta de
Delegados de la judería británica, cuyo portavoz descalificó a Dhu Nuwas
tachándolo de "renegado converso". "De todos es sabido que el judaísmo
no es una religión proselitista" sostuvo el portavoz de la Junta de
Delegados. La BBC recibió el apoyo de historiadores israelíes, uno de
los cuales afirmó: "Él el rey Dhu Nuwas masacró efectivamente a muchos
cristianos. El volumen de conocimientos sobre ese asunto es cada vez
mayor. La tribu se convirtió a finales del siglo IV, y en aquellos días
el judaísmo se consideraba misionero. Es un asunto sensible desde un
punto judío ¡sionista!”. Los himyaritas desaparecieron de la
historiografía sionista.
"La monumental compilación de Dinur titulada Israel en el exilio se
abre en el siglo VII d.C. con ’el pueblo judío camino al destierro’, de
manera que el anterior reino judío al sur de Arabia desaparece. Algunos
académicos israelíes cuestionaron el carácter judío de los himyaritas,
que probablemente no eran enteramente rabínicos, mientras que otros
estudiosos simplemente pasaron por alto este problemático capítulo de la
historia. Los libros de texto publicados en Israel tras la década de
1950 no mencionaban el reino meridional proselitizado".
Haim Zeev Hirschberg, académico israelí especializado en los judíos
árabes, afirmó que ’los judíos que llegaron de la Tierra de Israel (...)
eran el alma viva de la comunidad judía del Yemen (...) decidían sobre
todos los asuntos". Sand sostiene que "Hirschberg no tenía la menor
prueba sobre el número, caso de haber alguno, de “judíos de nacimiento"
existentes en las diferentes clases de la sociedad Himyarita, ni sobre
el origen de los que abrazaron la fe judía. Pero en Hirschberg el
imperativo etnocéntrico era más fuerte que su formación histórica, y le
exigía concluir su trabajo con la ’llamada de la sangre’". Los
historiadores yemeníes, en cambio, “insisten en que los judíos del Yemen
son ‘una parte inseparable del pueblo yemenita. Estas gentes se
convirtieron y adoptaron la religión judía en su patria, que por aquel
entonces practicaba la tolerancia religiosa’".
El norte de África constituyó otro exitoso capítulo de proselitismo
judío, probablemente a partir de los sobrevivientes fenicios del saqueo
romano de Cartago. Existen pruebas arqueológicas y epigráficas
sustanciales que dan fe de la existencia de vida religiosa judía. Los
años 115-17 fueron testigo de una "revuelta mesiánica anti-pagana a gran
escala" dirigida por un rey judeo-helenístico. Los emperadores romanos
Severos de los siglos II y III eran oriundos del norte de África y
practicaban una política filo-semita. Los escritores cristianos
norteafricanos Tertuliano y Agustín reconocieron la fuerza del judaísmo.
Una reina bereber judía llamada Dihya al-Kahina agrupó a las tribus
del este de Argelia y derrotó al general omeya Hassan ibn al-Numan en
689. Cinco años más tarde, las tropas de éste la mataron en el campo de
batalla y sus hijos se convirtieron al Islam, uniéndose a los
conquistadores. En el siglo XIV Ibn Khaldun escribió sobre el reinado de
Dihya al-Kahina y describió a las tribus bereberes judías que habitaban
el territorio comprendido entre la moderna Trípoli y Fez, en Marruecos.
"Estas áreas tribales coinciden aproximadamente con los lugares donde
las comunidades judías persistieron hasta los tiempos modernos". En el
relato de Sand, Hirschberg excluyó esta historia, y con ella a la reina
bereber, así como las pruebas de la ascendencia bereber judía. "Su
esfuerzo constante por demostrar que los judíos eran una nación étnica
arrancada de su antigua patria (...) satisfacía el imperativo de la
historiografía sionista dominante (...) que constituía la "fuente
científica" de los "libros de texto estándar de historia del sistema
educativo israelí".
Descartada esa historia, aún queda un "gran enigma en los textos de
historia de Israel (...) la existencia en Hispania de una comunidad
judía tan numerosa". La evidencia lingüística sugiere que ’los judíos
sefarditas son mayoritariamente descendientes de árabes, bereberes y
europeos convertidos al judaísmo". Además, "el hebreo y el arameo
hicieron su aparición en los textos judíos europeos sólo en el siglo X
d.C. y no fueron producto de una evolución lingüística autóctona previa.
Eso significa que los exiliados o emigrados de Judea no se
establecieron en Hispania en el siglo I ni introdujeron su lengua
original”. Los judíos ibéricos dieron la bienvenida a sus conquistadores
musulmanes por lo que suponían de respiro respecto al cristianismo
visigodo, y la afluencia bereber, junto con un mayor proselitismo,
incrementó la población judía hasta que la conversión al Islam se
impuso. Ésta se vio contrarrestada sustancialmente por la inmigración
"de judíos procedentes de todo el sur de Europa y en mayor número aún
del norte de África", motivada por la "admirable simbiosis entre
judaísmo y arabismo tolerante en el reino de Al-Andalus y en los
principados que lo sucedieron".
Los prosélitos Himyaritas y bereberes palidecen ante los jázaros, que
gobernaron desde el siglo IV a lo largo del Volga y al este de Ucrania
en la península de Crimea y en la Georgia moderna. La Ruta de la Seda y
el Don y el Volga dieron al reino un comercio rico y floreciente, así
como los medios para mantener un poderoso ejército. Aunque el “lenguaje
jázaro consistía en dialectos huno-búlgáricos más otros dialectos de la
familia turca", “no hay duda (...) de que la lengua sagrada de los
jázaros y su lengua de comunicación escrita era el hebreo”. Los jázaros
se convirtieron gradualmente al judaísmo entre mediados del siglo VIII y
mediados del siglo IX, y lo hicieron por la misma razón "que explica la
conversión de Himyar (...) a saber, el deseo de seguir siendo
independientes frente a poderosos imperios expansivos (...) Si los
jázaros hubieran abrazado el Islam (...) se habrían convertido en
súbditos del califa. Si hubieran permanecido paganos, los musulmanes los
habrían marcado para la aniquilación (...) El cristianismo, por
supuesto, los habría convertido en tributarios del Imperio Oriental”. La
conversión al judaísmo se inició con la élite, y con el tiempo abarcó a
la mayor parte de la población. El judaísmo jázaro era sustancialmente
rabínico, aunque también es posible que floreciera el judaísmo Kairate,
una secta similar al protestantismo que considera a la Biblia hebrea
como la única autoridad.
A semejanza de Al-Andalus, "el poder jázaro protegió a judíos,
musulmanes, cristianos y paganos". A finales del siglo X y principios
del XI, Kiev, hasta entonces territorio vasallo del poder jázaro, se
alió con Bizancio y derrotó el reino jázaro. El judaísmo pervivió en las
ciudades, las estepas y las montañas para ser barrido por la conquista
mongol del siglo XIII, exceptuando algunos vestigios que pervivieron en
las montañas. El imperio jázaro estaba demasiado bien atestiguado “por
fuentes árabes, persas, bizantinas, rusas, armenias, hebreas, e incluso
por fuentes chinas" como para ser ignorado, pero Graetz, Dubnow, Baron y
Dinur lo rechazaron por considerarlo un fenómeno pasajero, un
rompecabezas, o el resultado de una migración masiva de la "Tierra de
Israel". El único estudio israelí de los jázaros, realizado por Abraham
Polak y publicado por última vez en 1951, aseguraba a sus lectores que
’una gran comunidad judía creció allí, de la cual los jázaros prosélitos
eran sólo una parte’". Sand sugiere que en los años 1950 y 1960 "los
mercaderes israelíes de memoria" temían "por la legitimidad del proyecto
sionista en caso de que se llegara a saber de forma amplia que las
masas judías de colonos que se estaban asentando en Palestina no eran
descendientes directos de los ‘Hijos de Israel’". "La conquista de la
‘Ciudad de David’ en 1967 debía ser obra de los descendientes directos
de la Casa de David y no, Dios nos libre, de descendientes de los
curtidos jinetes de las estepas del Volga y del Don, de los desiertos
del sur de Arabia o de la costa del norte de África."
Sand también tiene en cuenta el argumento popularizado por Arthur
Koestler en La treceava tribu según el cual la migración de los jázaros
habría sido el origen de los judíos de Europa oriental, en contra de la
opinión sionista estándar según la cual esos judíos emigraron de
Alemania occidental (vía Roma y la "Tierra de Israel"). "Jazaria se
derrumbó poco antes de la llegada de los judíos a Europa del Este, y es
difícil no relacionar ambos sucesos". Desde principios del siglo XIX los
jázaros fueron estudiados a fondo por acreditados estudiosos rusos,
polacos y soviéticos, tanto judíos como gentiles, y fueron comúnmente
considerados como el origen de los judíos de Europa del Este. Polak, y
después de él Baron y Dinur reconocieron a los jázaros como el origen de
los judíos orientales, aunque todos ellos fustigaron los orígenes
proselitizados de los jázaros.
Quizás la fuente más persuasiva citada por Sand sobre los orígenes
proselitizados de los judíos ashkenazis sea el lingüista de la
Universidad de Tel Aviv Paul Wexler, autor de Los judíos ashkenazis: un
pueblo eslavo-turco en busca de una identidad judía (y autor asimismo de
Los orígenes no judíos de la judíos sefarditas). Wexler afirma que "el
lenguaje conocido como yiddish (...) se desarrolló en el siglo IX en
tierras bilingües germano-eslavas como una forma judaizada del sorabo".
El sorabo es un idioma eslavo hablado hoy por unas 50.000 personas en
Brandenburgo, al sureste de Alemania. "El yiddish no es una ‘forma de
alemán’”. Las "pequeñas comunidades judías en los territorios
monolingües del oeste de Alemania" no pueden haber sido el origen de los
millones de judíos de la Europea oriental. "El judeo-sorabo sufrió una
’relexification" (...) a partir de los siglos IX y X y, como más tarde, a
principios del siglo XIII". "El resultado fue (...) el injerto de
vocabulario del alto alemán oriental (...) a la sintaxis, fonología,
fonotaxis y, en cierta medida, morfología del judeo-sorabo. Así, a pesar
de su ‘aire alemán’, el yiddish sigue siendo un idioma eslavo
occidental". El hebreo moderno es también una lengua eslava, no un
"renacimiento" del antiguo hebreo semita, algo "imposible (...) porque
no existen hablantes nativos que puedan proporcionar una norma nativa".
"El hebreo moderno simplemente incorpora la sintaxis y el sistema
fonético de la lengua yiddish oriental hablada por los primeros
planificadores modernos del idioma hebreo en la Palestina Otomana,
mientras que su léxico (...) fue sistemáticamente sustituido por
vocabulario hebreo tomado de la Biblia y de la Mishná".
Wexler argumenta a partir de la evidencias lingüísticas y de otro
tipo "que los judíos ashkenazis han debido de consistir en una mezcla de
griegos, romaníes balcánicos, eslavos balcánicos, germano-eslavos y
turcos (jázaros, avares) convertidos al judaísmo y sus descendientes,
junto con una exigua minoría de judíos étnicos, éstos últimos con toda
probabilidad oriundos de otras partes de Europa más que de la propia
Palestina”. Por razones lingüísticas, Wexler rechaza la hipótesis de la
migración masiva de jázaros, argumentando que hubo más conversión sobre
el terreno que migración. "Por lo tanto, el judaísmo contemporáneo se
define mejor no como la continuación del judaísmo que sirvió como
antecedente del cristianismo y del Islam, sino como una nueva variante
judaizada del paganismo europeo (principalmente eslavo) y del
cristianismo (...) la mayoría de las características del antiguo
judaísmo palestino y del hebreo semita que se hallan en el ‘judaísmo’
ashkenazi y en el ‘hebreo’ ashkenazi medieval/israelí moderno fueron
préstamos posteriores y no herencia original subrayado en el original".
Esta tesis ha sido oscurecida por el chovinismo filo-alemán y
anti-eslávico de estudiosos de ascendencia ashkenazi, tanto judíos como
gentiles, debido a sus anteojeras disciplinarias y también a la inercia.
Sand estudia también el racismo sionista, desde el proto-sionista
Moses Hess, que "necesitaba una buena dosis de teoría racial para
elaborar su ensoñación del pueblo judío", hasta las ideas del padrino de
los kibutz Arthur Ruppin "sobre la lucha darwinista de la ‘raza
judía’”, incluyendo consultas con "expertos" de la Alemania nazi, hasta
el discreto intento de los genetistas israelíes tras 1948 "para
descubrir una homogeneidad biológica entre los judíos del mundo"
mientras investigaban enfermedades de judíos reveladas por portadores de
Tay-Sachs oriundos de Europa del Este, pero también por portadores de
favismo yemenitas e irakíes. que subraye “las similitudes
genéticas básicas (...) y la pequeña proporción de genes ‘extranjeros’
en el paquete genético de los judíos" condujo a "nuevos hallazgos" que
"corroboraron la literatura acerca de la dispersión y el vagabundeo de
los judíos desde la antigüedad hasta el presente. Por fin, la biología
confirmó la historia "El control israelí desde 1967 sobre una
población no judía cada vez mayor", y la consiguiente necesidad de
"encontrar una frontera etnobiológica"" en la actual pseudo-ciencia de la "genética
judía”.
Israel “se convirtió en líder mundial en la ‘investigación de los
orígenes de las poblaciones’”, aunque "los investigadores israelíes
(...) mezclaban regularmente mitologías históricas con presunciones
sociológicas y con dudosos y escasos hallazgos genéticos". Entre estos
se cuentan el ADN mitocondrial que supuestamente demostraría que "el 40%
de todos los ashkenazis del mundo descienden de cuatro matriarcas (como
en la Biblia)”, y un haplotipo presente en el 50% ciento de los varones
llamados Cohen, que "demostraba" que "la casta sacerdotal judía fue
realmente fundada por un antepasado común hace treinta y tres siglos”.
Esta basura apareció impresa en publicaciones como Nature y el American
Journal of Human Genetics, y fue respetuosamente reproducida en Haaretz y
en otras publicaciones, pero pocas veces se publicaron opiniones
escépticas o hallazgos sensu contrario. "Sin embargo, hasta ahora,
ninguna investigación ha encontrado características únicas y
unificadoras de herencia judía basadas en un muestreo aleatorio de
material genético cuyo origen étnico no sea conocido de antemano (...) a
pesar de todos los costosos esfuerzos ‘científicos’ realizados, un
individuo judío no puede ser definido de ninguna manera por criterios
biológicos”.
El relato del judaísmo que realiza Sand desde la exclusiva genealogía
israelita hasta el proselitismo helénico pasando por el proselitismo y
la conversión en los márgenes de la Cristianidad, en Arabia, Norte de
África, Hispania y entre los jázaros y eslavos, junto con la
introversión defensiva posterior al triunfo final del cristianismo,
constituye la interesante y convincente historia de una minoría
religiosa sometida a fuerzas históricas comunes.
El relato contrario, que nos habla de un pueblo judío unitario
expulsado de su patria y errante en el aislamiento de su exilio durante
dos mil años hasta que comienza a regresar a finales del siglo XIX d.C.,
es un mito reaccionario que el sionismo ha desplegado para conquistar
Palestina y recabar apoyo para esa conquista. Hoy en día el mito pervive
incuestionado tanto en Israel como en el resto del mundo. Nada "ha
desafiado a los conceptos fundamentales que se elaboraron a finales del
siglo XIX y principios del XX". Los avances en el estudio de las
naciones y del nacionalismo no "afectaron a los departamentos de
‘Historia del Pueblo de Israel’ (también conocido como de historia
judía) de las universidades israelíes. Ni, sorprendentemente, han dejado
huella alguna en la amplia producción de los departamentos de estudios
judaicos de las universidades americanas o europeas”. El mito sionista
expresa una conciencia judía virulentamente racista. Desde el punto de
vista canónico liberal, "cualquier persona que argumentara que todos los
judíos pertenecen a una nación de origen extranjero habría sido
catalogado automáticamente como antisemita. Hoy en día, quienquiera que
se atreva a sugerir que la gente conocida en el mundo como judíos (a
diferencia de los actuales israelíes judíos) nunca han sido, y siguen
sin serlo, un pueblo o una nación, es denunciado inmediatamente como
alguien que odia a los judíos".
En su conclusión, Sand afirma "el estado de ánimo al final de este
libro. (…) es más pesimista que optimista”. En su párrafo final
pregunta:
"A fin de cuentas, si fue posible cambiar el imaginario histórico de
forma tan profunda, ¿por qué no realizar un esfuerzo de imaginación
igualmente potente para construir un mañana distinto? Si la historia de
la nación judía fue básicamente un sueño, ¿por qué no soñar de nuevo,
antes de que se convierta en una pesadilla?".
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