Durante la lectura de la novela El tiempo entre costuras de María Dueñas me llamaron la atención sobre todos los demás dos personajes reales y históricos que aparecen en ella: Juan Luís Beigbeder y su amante Rosalinda Fox. Del militar y político Beigbeder existen varias biografías en las que se destaca sobretodo su paso por Marruecos como Delegado de Asuntos Indígenas (el nombre lo dice todo) y posteriormente su nombramiento como Alto Comisaria de España en Marruecos y como Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Franco hasta que su puesto fue usurpado por el cuñadísmo Ramón Serrano Súñer. Pero quizás lo que menos se suele nombrar de él fue su pasión por el mundo que conoció des de que fue destinado en el Norte de África, su conocimiento del árabe clásico y dialectal y su profundo respeto por el Islam.
Pero sin duda la identidad que atrae la atención del lector es la de Rosalinda, la cual después de pasado el tiempo aún sigue envuelta en un halo de misterio. Rosalinda Powell Fox nunca pudo imaginar que llegaría a vieja. A muy
vieja, exactamente a los 96 años con los que murió, hace tres, en
Guadarranque (Cádiz). Falleció en una casa que estuvo en un paraje
idílico, cuando ella compró los terrenos, y acabó rodeada de chimeneas
industriales, cuando Franco decidió instalar cerca un polo químico.
El dictador, seguramente sin saberlo, fastidiaba así por segunda vez a
esta inglesa menuda que llegó un día al norte de África enferma de
tuberculosis bovina; una mujer distinguida que había estado seis meses
atada a una cama para curarse sin éxito; alguien por la que ningún
médico hubiera apostado. Ni ella misma. Se ignora si era modesta o no,
pero en el libro en el que contó parte de sus aventuras, La hierba y el
asfalto, decía que Churchill le agradeció sus labores a favor del Reino
Unido en la Segunda Guerra Mundial.
La primera vez que Franco hizo daño a esta inglesa -espía, amante y
aventurera, que se crió y casó en Calcuta fue en 1940- fue cuando cesó
de manera fulminante y traicionera a su amante, Juan Luis Beigbeder,
anterior alto comisionado en África, anglófilo por Rosalinda,
extravagante, mujeriego, políglota, cultísimo y contrario, gracias en
parte a la persuasión de su amante, a que España prestara ningún tipo de
apoyo a Alemania e Italia en la Segunda Guerra Mundial. Justo lo
contrario que opinaba el rubio y apuesto Serrano Suñer, su sucesor en la
cartera de Exteriores, casado con una hermana de Carmen Polo, Zita.
Beigbeder (izq) junto Súñer (der) |
A Beigbeder, su aventura con la inglesa le costó un exilio en Ronda. A
Serrano Suñer, poco tiempo después, su lío con otra aristócrata, pero
española, la Marquesa de Llanzol, le costaría la salida de los círculos
de poder del Régimen. El cuñadísimo vivió mucho más. Beigbeder murió a
los pocos años, con la casa de Guadarranque ya construida: mirando a
Tánger y con parte del artesonado de su morada de Tetuán. Por entonces,
trabajaba en una inmobiliaria en Madrid, mientras Rosalinda arreglaba
papeles y cuentas corrientes en Inglaterra.
La historia de Rosalinda tiene pocas fuentes. El periodista
especialista en el Magreb Domingo del Pino escribió un amplio artículo en la revista Afkar
sobre su condición de aristócrata intrépida, conductora de un pequeño
Austin rojo camino de las fronteras del norte de África como posible
espía al servicio de Su Majestad británica. Fue ese escrito el que llamó
la atención de María Dueñas, que vio allí material para su exitosa
primera novela, El tiempo entre costuras. En ella se inventa a una
protagonista, Sira, a la que Rosalinda convertirá en una espía con un
taller de alta costura en Madrid como tapadera. Sira acude a Embassy a
la hora del aperitivo para transmitir sus mensajes a Alan Hillgarth,
jefe de los servicios secretos ingleses en la capital durante aquella
época postbélica en España y prebélica en el mundo.
Parte de la familia de María Dueñas vivió en Tetuán, así que no le
fue difícil recrear el ambiente del muchas veces olvidado Marruecos
español. En las páginas de la novela no podían faltar los años más
apasionantes de Tánger, aquellos años de la Segunda Guerra Mundial en
los que espías, millonarios, bellezas cosmopolitas y un tanto disolutas,
refugiados judíos, se daban cita en la barra del hotel Minzah, donde
Dean preparaba los cócteles. Un ambiente en el que claramente se inspiró
Casablanca, la película que se tenía que haber llamado Tánger.
Rosalinda Fox |
Cuando Rosalinda Powell Fox murió, hace apenas tres años, en
Guadarranque, poca gente sabía que aquella viejecita frágil y
nonagenaria pudiera haber tenido influencia en la política europea en
los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Aquella
anciana de ojos azules, que, según la última señora que la cuidó, era
«muy distinguida y elegante» más que un bellezón, enamoró en el 38 a
Juan Luis Beigbeder.
Myra es una irlandesa que ahora vive en San Roque y una de las
últimas amigas de Rosalinda. Le solía llevar una barra de labios de
Chanel porque la inglesa fue presumida hasta el final y todo un
carácter, según cuenta la señora que la cuidó los últimos años. En
aquella casa queda una inmensa estantería con todo tipo de libros, «de
Shakespeare, a best sellers, de flores, de historia, parece difícil
leerse eso en una vida», dice Nicolás, el hijo de los guardeses.
Luis Cuervo fue también amigo tardío de Rosalinda. Este diplomático
afincado en la zona de Sotogrande fue compañero de bridge de la inglesa y
le prologó El césped y el asfalto, una recopilación de recuerdos que
publicó para sus amigos en una pequeña editora local, disponible ahora
en Internet por más de 100 euros el ejemplar. «Le dije que tenía que
escribir algo más serio, que aquello era un poco sentimental», cuenta
Cuervo.
Y es que Rosalinda Fox fue de esas personas que tuvo la suerte de
vivir en los sitios más apasionantes de cada momento. Estuvo en los
juegos olímpicos de Alemania antes de la Guerra y allí conoció al
general Sanjurjo, con el que volvió a coincidir en Portugal, país al que
se marchó Rosalinda desde Inglaterra buscando buen tiempo y una colonia
inglesa.
Cuando Estoril se puso demasiado caro, llegó a Tánger y allí fue
donde, en 1938, se consumó el romance con Beigbeder, mucho mayor que
ella, feúcho y apasionado del Magreb. En su libro, nunca dice que fue
espía pero basta con leer entrelíneas. Puede ser que se acercara al
militar franquista por mero interés pero aquello se convirtió en una
apasionada historia de amor.
María Dueñas |
Para más información sobre la novela y situar sus ambientes y personajes se puede visitar el blog de la autora:
.-
eltiempoentrecosturas.blogspot.com
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