lunes, 27 de febrero de 2012

Obama: 'Son of Islam'?

Many in the media are indignant with Reverend Franklin Graham, head of the Billy Graham Evangelistic Association. Invited on "Morning Joe" last Tuesday to discuss Christian persecution, the hosts turned the focus to interrogating Graham on whether he thought President Barack Obama was Christian or not. Though the Reverend concluded that Obama "has said he's a Christian, so I just have to assume that he is," he appeared skeptical, suggesting Obama's policies disagree with Christian principles, and thus earning the full ire of much of the fourth estate.
Intrinsically trivial on many levels, this incident nevertheless brings several important points to the fore.
First, Graham was absolutely right to say that, "under Islamic law, the Muslim world sees Barack Obama as a Muslim, as a son of Islam": according to Sharia, if one's father is Muslim, one automatically becomes Muslim. In fact, the reason behind last week's church attack in Egypt, when thousands of Muslims tried to torch a church and kill its pastor, is that a Christian girl fled her father after he converted to Islam: she did not want to be Muslim, and was rumored to be hiding in the church. (This would not be the first time in recent months that churches were attacked on similar rumors.)
Because of this automatic passage of Islam from father to son—with the death penalty for those seeking to apostatize, the condemned Iranian pastor being just the most visible example—and because Obama attended a madrassa (a Muslim religious school) during his youth in Indonesia, many Muslims are convinced that Obama is a "secret" Muslim. In a Forbes article, "My Muslim President Obama: Why members of the faith see him as one of the flock," writer Asma Gull Hasan elaborates:
[S]ince Election Day, I have been part of more and more conversations with Muslims in which it was either offhandedly agreed that Obama is Muslim or enthusiastically blurted out. In commenting on our new president, "I have to support my fellow Muslim brother," would slip out of my mouth before I had a chance to think twice. "Well, I know he's not really Muslim," I would quickly add. But if the person I was talking to was Muslim, they would say, "yes he is." …. Most of the Muslims I know (me included) can't seem to accept that Obama is not Muslim. Of the few Muslims I polled who said that Obama is not Muslim, even they conceded that he had ties to Islam…. The rationalistic, Western side of me knows that Obama has denied being Muslim, that his father was non-practicing, that he doesn't attend a mosque. Many Muslims simply say back, "my father's not a strict Muslim either, and I haven't been to a mosque in years." Obama even told The New York Times he could recite the adhan, the Islamic call to prayer, which the vast majority of Muslims, I would guess, do not know well enough to recite. [Read the entire article, which is more eye-opening than the author probably intended.]
Another reason why many Muslims believe Obama is Muslim (a reason Ms. Hasan's article understandably omits) is that, under the Islamic doctrine of taqiyya, Muslims are permitted—in certain contexts even encouraged—to deny being Muslim, if so doing secures them or Islam an advantage. Accordingly, Islamic history is full of stories of Muslims denying and publicly cursing Islam, even pretending to be Christian, whenever it was strategic.
In other words, if an American president was a secret Muslim, and if he was lying about it, and even if he was secretly working to subvert the U.S. to Islam's advantage —not only would that be justified by Islamic doctrines of loyalty and deception, but it would have ample precedents, stretching back to the dawn of Islam. Such as when Muhammad commanded a convert from an adversarial tribe to conceal his new Muslim identity and go back to his tribe—which he cajoled with a perfidious "You are my stock and my family, the dearest of men to me"—only to betray them to Islam's invading armies.
Graham further upset "progressive" sensitivities by saying "All I know is under Obama, President Obama, the Muslims of the world, he seems to be more concerned about them than the Christians that are being murdered in the Muslim countries," adding that "Islam has gotten a free pass under Obama."
Yet who can deny this? Whether by expunging any reference to Islam in U.S. security documents, or enabling Muslim persecution of Christians, or ordering NASA to make Muslims "feel good" about themselves, or bowing to the anti-Christian Saudi king—the President has made his partiality for Islam very clear: Islam is undoubtedly getting a "free pass" under Obama.
What Franklin Graham's critics fail to understand is that, when it comes to Obama's religious identity, the Reverend probably has Jesus' dictum in mind: "By their fruits shall ye know them"—that is, pro-Islamic actions speak louder than Christian words.

*Publicado por Raymon Ibrahim  (Stonegate Institute) en Middle East Forum

domingo, 26 de febrero de 2012

Nuevo racismo

Debemos cambiar nuestras creencias y actitudes para evitar la discriminación racial, incluso la positiva, porque se demuestra constantemente en nuestra sociedad que con el tiempo hasta este tipo de discriminación termina siendo injusta.
Michael Banton (1997) define el racismo como  una concepción ideológica que luego deriva en discriminación:
“El racismo es una doctrina que defiende la existencia de diferencias biológicas entre grupos que mantienen relaciones de superioridad e inferioridad”
Abercrombrie, Hill y Turnes (1992) ofrecen otra definición de racismo donde se subraya la idea de que el racismo deriva en actitudes y comportamientos:
“El racismo es la determinación de acciones, actitudes y políticas basadas en creencias acerca de las características raciales. El racismo puede ir acompañado por teorías racistas, tanto implícitas como explícitas, las cuales pueden explicar y justificar la desigualdad racial.”
San Román (1993) mantiene que conviene diferenciar entre racismo y fundamentalismo (que algunos llaman etnicismo):
  • Racismo: Se refiere a criterios biológicos y de herencia genética, empleados para justificar la discriminación, basandose en supuestas incapacidades del otro, relacionadas con la superioridad de la raza blanca sobre las demás.
  • Fundamentalismo: Se refiere a cualquier tipo de discriminación basada en factores culturales (la lengua o la religión del otro). Hay otros autores que prefieren utilizar el término de etnicismo, como Van Dijk (1993) y Mullard (1985), para definir este tipo de discriminación.
Nuevo racismo
Actualmente, asumimos el hecho de que el racismo es un concepto repudiable, e incluso desde las instancias públicas (gobiernos, instituciones y organizaciones internacionales) se difunde este planteamiento. Sin embargo, especialistas en diversos campos de las CCSS y Humanas llaman nuestra atención respecto al hecho de que, aunque ahora sabemos que no hay diferencias por razas que justifiquen la inferioridad y la superioridad, el racismo está presente. Pero este racismo se basa en las diferencias étnico-culturales y es un fenómeno en constante renovación y transformación, que desde los tiempos del colonialismo hasta los de la actual inmigración a nivel global, sigue manifestandose peligrosamente de formas muy diversas.
Aunque el racismo está deslegitimizado, de una forma encubierta y sutíl sigue existiendo. Dos reflexiones se pueden destacar:
Una reflexión genérica, de un profesor de la UPV, Carlos Manzanos Bilbao en su libro “El grito del otro: Arqueología de la marginación racial”: “Este nuevo racismo es carácteristico de nuestra sociedad del espectáculo o de la simulación. En ella se despliega un lenguaje que fabrica un apariencia de armonía, cooperación, solidaridad y buenas intenciones que esta sustentando y sustenta una realidad de desigualdad, competición y dominación”
Por otro lado, podemos hacer una reflexión más concreta mediante un trabajo de Barker (1981) titulado: “Nuevo racismo” en el que analizaba los planteamientos del partido conservador británico, entre los años 1970 y 1974, cuando pasó a la oposición. El discurso político para ganar adeptos, subrayaba el valor de la propia comunidad autóctona británica frente al “peligro”, que supuestamente representaba para la misma , el hecho de la creciente inmigración que llegaba de las antiguas colonias al país. Este discurso rezaba así: “Es natural que la gente prefiera vivir entre su propia gente por lo tanto es lógico que haya discriminación contra quienes no son considerados parte de la comunidad. La inmigración ha traído consigo población que destruyó la homogeneidad cultural de la nación británica. Los sentimientos de antagonismo se desarrollan necesaria y lógicamente si los foráneos son admitidos en la sociedad receptora.”
Cabe destacar, que estos planteamientos se extienden con facilidad en boca de los líderes políticos, y difundidos a través de los medios de comunicación masivos (incluido internet con numerosas páginas web y publicaciones digitalizadas que tienen este cariz); lo hacen más y mejor cuando el estado de cosas en la sociedad es crítico (crisis económica).
Debemos tener en cuenta, que este discurso discriminatorio no sólo está presente en asociaciones de extrema derecha o sectores neonazis, sino que está extendido en capas sociales muy amplias y sobre todo en las menos favorecidas.
Hay un racismo no manifiesto en la sociedad, pero que sí subraya la diferencia, lo que deriva en una práctica social de discriminación y exclusión, incluso en sociedades que se declaran no racistas.
Otros conceptos que asociamos al racismo son:
  • Xenofobia: Este concepto se relaciona constantemente con el rechazo al otro, al que es distinto y que forma parte de otro grupo.
  • Estereotipos y prejuicios (o nivel de las creencias y de las actitudes): En el sentido más amplio, hablamos de un mecanismo de conocimiento de la realidad del mundo, el problema radica en que no podemos conocer directamente toda la realidad que nos rodea, y necesitamos del mecanismo de generalización (poner etiquetas) para referirnos a la realidad que no nos es inmediata. El ejercicio generalizador que hacemos es por lo tanto, simplificador y aunque nos resulta útil, tiene sus limitaciones. Cuando hablamos en el ámbito concreto de las CCSS y Humanas y en el área específica de las relaciones entre los distintos grupos humanos, vemos que se utiliza ese mecanismo de generalización de una manera claramente simplificadora y con un carácter negativo, lo que tiene consecuencias discriminatorias muy peligrosas, incluso graves.
  • Discriminación (o nivel de los comportamientos): Es provocada por circunstancias de desigualdad, situaciones de conflicto, de competencia, grupos con estatus diferentes. Cuando hay diferencia, es muy fácil que se generen prácticas que enfaticen esas diferencias. Y las repercusiones (físicas y psicológicas) para el grupo objeto de discriminación, son graves.
Medidas para atenuar la discriminación
Es importante que desde las instituciones públicas no se emitan ni discursos ni leyes que fomenten esa discriminación encubierta. Además se deben de castigar severamente, mediante la ley, esos comportamientos discriminatorios.
También es importante que a través de programas educativos, se consiga que cada individuo adquiera una conciencia personal, desde la que se fomente la tolerancia y el respeto al otro, consiguiendo así, mejorar la convivencia intercultural en este mundo global que debemos compartir.
En resumen, debemos cambiar nuestras creencias y actitudes para evitar la discriminación, incluso la positiva, porque se demuestra constantemente en nuestra sociedad que con el tiempo, hasta este tipo de discriminación termina siendo injusta.
Para finalizar me gustaría citar a Amin Maalouf en su libro: Identidades asesinas, porque refleja claramente en este párrafo, todo lo que se ha comentado anteriormente:
“…Toda práctica discriminatoria es peligrosa, incluso cuando con ella se pretende favorecer a una comunidad que ha sufrido. No sólo porque así se sustituye una injusticia por otra, y se refuerza el odio y la sospecha, sino también por una razón que de principio a mi juicio es aún más grave: mientras el sitio de una persona en una sociedad continúe dependiendo de su pertenencia a esta o aquella comunidad, se seguirá perpetuando un sistema perverso que inevitablemente hará más profundas las divisiones; si se pretende reducir las desigualdades, las injusticias, las tensiones raciales, éticas, religiosas o de otro tipo, el único objetivo razonable, el único objetivo honorable, es que cada ciudadano sea tratado como un ciudadano de pleno derecho, cualesquiera que sean sus pertenencias…”


sábado, 25 de febrero de 2012

Raza e Historia

El 1952, l’antropòleg Claude Lévi-Strauss va escriure sota encàrrec de la Unesco un text pioner dins dels primers debats sobre cultura anomenat “Raça i història”. En aquell text defensava que la protecció de la diversitat cultural no havia de limitar-se al manteniment concret de les especificitats, sinó que era la diversitat mateixa la que s’havia de preservar. Així doncs, la diversitat consistia a assegurar la seva existència pressuposant una capacitat per a acceptar i mantenir el canvi cultural. L’encàrrec de la Unesco va sorgir després de la Segona Guerra Mundial i de l’holocaust, en què l’extermini de milions de persones en nom de les diferències “racials” va sacsejar el món. El 1983, la UNESCO el va tornar a convidar a escriure. En aquesta ocasió el text es va anomenar “Raça i cultura”.

  • Vegeu el text complet:
http://es.scribd.com/doc/50504308/Lévi-Strauss-raza-e-historia




martes, 21 de febrero de 2012

La caída de los tiranos

La ‘primavera árabe’ se puede explicar por la unidad de sus gentes y la unidad de sus sufrimientos: Lluís Bassets disecciona las claves en su libro 'El año de la revolución' (Taurus, 2011)   

Por qué ahora, entre el invierno y la primavera de 2011? ¿Por qué no sucedió antes, en 2008, por ejemplo, cuando ya crecía el descontento por los precios de los alimentos? ¿Por qué, primero en Túnez y luego en Egipto? ¿Por qué no empezó por Argelia o por Marruecos? ¿Por qué han tardado tanto en caer estos regímenes, al final tan débiles y vulnerables? ¿Y por qué un contagio tan rápido en muchos casos entre países tan distantes y heterogéneos?
Una revolución es algo inesperado por definición. Las explicaciones convincentes llegan después, a pelota pasada, una vez ya ha tenido lugar. Nos servirán para entender tanta estabilidad previa, es decir, para explicar la idea conservadora que la hacía impensable. Así ha sucedido siempre, y no iba a ser este caso una excepción.
En el caso de la primavera árabe se da, además, una necesidad adicional: no se trata tan solo de saber cómo llegaron los impulsos revolucionarios de un país a otro, sino, sobre todo, de explicar el porqué de los efectos en cadena, tan imprevistos como la revolución misma; recordemos el sonsonete: Egipto no es Túnez. Recordemos cómo los hechos lo desmintieron.
Hay épocas revolucionarias en las que un solo país es el que trastoca el orden social y político establecido, en medio del mayor aislamiento internacional; pero hay otras en las que la primera ignición de la llama revolucionaria desencadena el efecto dominó tan temido por la contrarrevolución. Cuando esto sucede, como ha sido el caso, alguna razón habrá también para explicar el alcance de un fenómeno que abarca una región del planeta tan extensa y variada en regímenes, demografía, rentas, recursos naturales e, incluso, religiones o, al menos, ramas de la misma creencia.
El efecto en cadena se puede explicar por la unidad de la nación árabe y la unidad de sus sufrimientos: jamás había prosperado una revolución ciudadana y democrática en este territorio aparentemente hostil al gobierno del pueblo. En monarquías y en repúblicas, en países petroleros y en países turísticos, con el islam rigorista y con el islam tolerante, la autocracia ha sido hasta ahora la forma de gobierno imperante, con exclusión y anulación del ciudadano individual y de cualquier sistema eficaz de garantías en el ejercicio de la democracia: división y equilibrio de poderes independientes, Estado de derecho, alternancia de poder y parlamentarismo democrático.
Además del sustrato que pueda haber en común en una región tan variada, hay un mecanismo que ha funcionado sin duda alguna: los ciudadanos de estos países se sienten vinculados entre sí y observan lo que sucede en cada uno de ellos como una posibilidad que puede hacerse efectiva en el suyo propio. Es de efectos devastadores para los autócratas ver cómo funciona la fuerza del ejemplo en unas opiniones públicas que se sienten profundamente vinculadas en una comunidad de lengua y de civilización, impulsada en nuestra época por los medios de comunicación globales. Es significativo el uso reiterado del mismo eslogan surgido de Túnez en todas las revueltas árabes: “El pueblo quiere la caída del régimen” (ash-shab yurid isqat an-nizam).
El carácter panárabe de la revolución, por tanto, radica más en la capacidad para comunicarse y sentirse parte de un mismo universo cultural e, incluso, sentimental, emulándose unos a otros, que en los deseos de superar efectivamente las naciones-Estado en el marco de una unidad política árabe que ahora nadie propone y que se halla, de momento, al menos, totalmente desaparecida del imaginario político de los jóvenes.
Es un panarabismo televisivo, un nacionalismo árabe por defecto, casi un pospanarabismo que ha superado la etapa de las quimeras de una unidad supranacional como reacción al colonialismo, y que responde, por supuesto, a las nuevas condiciones de internacionalización de la economía y de globalización de las clases medias de lo que fue el Tercer Mundo.
A un año de su estallido, el debate sobre la cadena de causalidad de la primavera árabe no ha hecho más que empezar. Pero hay un acuerdo generalizado sobre la existencia, al menos, de cinco claves de explicación: el peso de los jóvenes en estas sociedades; la coyuntura económica y, especialmente, el incremento de los precios de los alimentos; las inciertas sucesiones de autócratas instalados en el poder durante decenios; las nuevas formas de comunicación política y, finalmente, el ciclo de cambios geopolíticos y de desplazamiento del poder mundial en el que se inserta esta oleada revolucionaria.
La explicación más intuitiva para el estallido de revueltas en cualquier país la proporciona la existencia de una nutrida población revoltosa. Allí donde abunda la población en edad joven, desocupada y descontenta, hecho harto frecuente entre los individuos de menos edad, podemos pensar que las posibilidades de disturbios que perturben el orden público, y que en determinadas circunstancias lleguen a retar al poder establecido, son más altas.
Las revueltas de Mayo del 68 en todo el mundo fueron producto del baby boom de la posguerra. Lo mismo cabe decir de las revueltas árabes actualmente en marcha, que se producen en sociedades con una altísima proporción de jóvenes. Simplificando, podríamos decir que un tercio de los árabes tienen menos de 15 años; otro tercio, entre 15 y 25, y el tercio restante, más de 25. La media de edad de la población es de 29 años en Túnez y de 24 en Egipto, mientras que en España es de 40, o en Alemania, de 44.
Emmanuel Todd, en su libro-conversación Allah n’y est pour rien, encuentra en las tasas de alfabetización y en la caída de la fecundidad las explicaciones para el cambio e, incluso, de las revoluciones. Cuando los hijos ya saben leer y las mujeres empiezan a controlar la natalidad se ha culminado la modernización. Así, desde el punto de vista demográfico, no es ni siquiera una casualidad que Túnez haya sido el país vanguardista en el estallido de las protestas, y Egipto el que llega a continuación, puesto que ambos países se encuentran entre los avanzados en cuanto a la evolución de su población.
La transición demográfica (momento en que una sociedad alcanza un nivel de baja mortalidad y un tope en la natalidad que abrirá las puertas a sociedades envejecidas como las occidentales), que ha empezado en el conjunto de países árabes, en el caso de Túnez ya ha culminado, aunque en otros países revolucionarios como Yemen tardará todavía unas tres décadas en hacerlo. Otro dato significativo para el Túnez pionero en la revolución es que su tasa de fecundidad es la más baja de la región, del 1,9%, inferior a la de Francia.
Un tercer elemento antropológico le ayuda a Todd a buscar la explicación: la caída en la tasa de matrimonios endogámicos, muy alta en las sociedades árabes tradicionales, donde la boda entre primos alcanza tasas históricamente muy altas (30%). “La irrupción de la democracia es la irrupción del ciudadano, el individuo libre en el espacio público, es la idea de la apertura, de la comunicación, mientras que la endogamia es lo contrario: la cerrazón del grupo familiar”, asegura el demógrafo.
La plétora juvenil, que le sirve a Todd como parte de su explicación para la revolución, corresponde al estallido de la bomba demográfica que significa la multiplicación por cinco de su población en un siglo y la persistencia de un crecimiento anual del 2,3%. Un país como Egipto, con 20 millones de habitantes a principios del siglo XX, tiene ahora 70 y tendrá 121 en 2050. La transición demográfica terminará después del estallido de la bomba demográfica, que en los países árabes evidencian las cifras de una población de 172 millones en 1980, 331 millones en 2007, y 385 millones en 2015.
Este crecimiento debe traducirse en necesidades de alimentos, agua, educación, sanidad, transportes y, sobre todo, en oferta de puestos de trabajo. Según el Informe de Naciones Unidas sobre Desarrollo Humano en el mundo árabe de 2009, deberían crearse más de 50 millones de puestos de trabajo hasta 2020 para cubrir la oferta juvenil que entrará en el mercado.
La insatisfacción de los jóvenes revoltosos tiene que ver con todo este cúmulo de necesidades sin cubrir o mal cubiertas, pero se explica sobre todo por los niveles pavorosos de paro juvenil en sociedades con redes de protección comunitarias o familiares muy débiles o inexistentes. Se hace evidente, así, que la bomba demográfica tan temida desde los países occidentales ha estallado en toda la cara de las dictaduras árabes.
Junto a la evolución demográfica actúa el factor más coyuntural, pero no menos profundo en sus efectos, como es la presente crisis económica y financiera; si bien los países de Oriente Próximo y África del Norte se han visto menos afectados o lo han sido más tarde, sobre todo los productores de energía, favorecidos por el mantenimiento de los precios. Así, en 2010 hubo países donde se registraron cifras de crecimiento muy altas, como el de Catar, del 16%, en un contexto regional para Oriente Próximo exclusivamente del 3,6%. O Libia, del 10,6%, con un crecimiento regional para África del Norte de algo más del 5%.
El crecimiento no conduce a mejoras en la tasa de desempleo, que se sitúa para la región alrededor del 10% y significa la tasa más elevada del mundo. El desempleo entre los jóvenes es especialmente alto, cuatro veces superior al de los adultos, agravado por la llegada a la edad laboral de las generaciones más numerosas de la historia de estos países.
Solo el 45,4% de las personas en edad laboral, casi una de cada dos, tiene trabajo. El desempleo femenino duplica en cifras al masculino, también en cotas máximas mundiales. Solo una de cada cinco mujeres trabaja, duplicando la proporción de la media mundial de desempleo femenino. Hay que contar, además, la baja calidad de los puestos de trabajo, en cuanto a salario, tipo de contrato, cobertura social, escasa y mala sindicalización y precariedad, así como la extensión de la economía informal.
La coincidencia entre las revueltas y la profundización de la gran recesión en Europa, donde hay países que empiezan a registrar tasas altísimas de desempleo, permite pensar que el taponamiento de la válvula migratoria hacia los países europeos también ha contribuido a incrementar la tensión en los países del Magreb, los principales exportadores de mano de obra. Una de las características de la región es que el desempleo golpea intensamente incluso a los jóvenes que han recibido mejor educación, algo que es especialmente evidente en países como Túnez.
Las proporciones varían extraordinariamente, sobre todo cuando incluimos en las comparaciones los países petroleros del golfo Pérsico, algunos sin apenas niveles relevantes de paro entre sus jóvenes, pues se trata de población subsidiada gracias a las rentas del crudo. Argelia registra un 43% de paro juvenil, mientras que Emiratos Árabes Unidos apenas alcanza el 6,3%.
La plétora demográfica que explica la efervescencia revolucionaria juvenil también permite interpretar las revueltas como una reacción casi biológica de unas sociedades que se hallan a punto de dilapidar el mejor capital con que se puede contar para la modernización, como es la existencia de unas generaciones jóvenes abundantes e, incluso, mejor preparadas que las anteriores. Esta reserva de energías estancada por la falta de libertad de las dictaduras y por los subsidios desincentivadores de los Estados rentistas ha terminado estallando y reclamando el protagonismo político y económico que los jóvenes árabes no han podido tener nunca en la historia de sus países.
Los países árabes han conocido históricamente series de revueltas vinculadas a la inflación y a la pérdida de capacidad adquisitiva por parte de las clases populares, sobre todo respecto a los productos básicos, es decir, los alimentos. Son las revueltas del pan, casi siempre resueltas con una combinación de represión y de reparto de este manjar básico. Esta vez, también el incremento en el precio de los alimentos se cuenta entre los elementos causantes de las revueltas, y casi todos los regímenes han reaccionado con la respuesta reglamentaria de actuación inmediata y urgente sobre los precios, quitando o rebajando impuestos y tarifas, aumentando subsidios directos e, incluso, en algunos casos, como en Arabia Saudí, proporcionando ayudas directas en dinero a las familias: solo en el capítulo de ayudas directas, 2011 ha sido un año de reparto entre los ciudadanos del maná controlado por los gobernantes. (...)
Las revueltas vienen a interrumpir los intentos sucesorios de las dictaduras más largas del planeta o, lo que es peor, el intento de institucionalización de monarquías republicanas, que los árabes bautizan como jamlaka, mezcla de república (jumhuriyya) y de monarquía (mamlaka), gracias a la patrimonialización del Estado por parte de la familia gobernante; algo que ya ha sucedido en un país árabe central como es Siria, con resultados hasta la llegada de la primavera árabe aparentemente satisfactorios para la estabilidad.
Nada temían más los egipcios que el hecho de que Mubarak intentara presentarse de nuevo a las elecciones presidenciales previstas para septiembre de 2011, a sus 83 años y en el poder desde 1981. Lo mismo cabe decir de Ben Alí en Túnez o de Salé en Yemen. El elemento causante de la revolución, por tanto, es el exceso, visiblemente insoportable para la población, algo que fue perfectamente detectado por los observadores políticos, aunque no siempre sacaron las debidas consecuencias, tal como queda en evidencia en los cables del Departamento de Estado revelados por Wikileaks.
(...)
Las revoluciones se producen por la avería generalizada de unos sistemas que no son capaces de preparar su propia reproducción y su futuro, aunque se hace imposible disociar la fosilización de estos regímenes de una actitud occidental que precisamente premiaba y estimulaba su nula capacidad de cambio, al convertirlos en guardianes fieles y nada discutidores de los intereses europeos, estadounidenses e israelíes en la zona. A esa tarea, los autócratas contribuían con un chantaje permanente sobre las democracias occidentales, utilizando el terrorismo, la inmigración, los problemas bilaterales (Ceuta y Melilla, tráfico de droga o el conflicto del Sáhara, en el caso de la relación de Marruecos con España) o su posición y papel estratégicos (Egipto y Jordania en relación con el statu quo con Israel).
Los dictadores hicieron así la aportación de su empecinado inmovilismo a la creación de las condiciones revolucionarias, pero también lo hicieron los Gobiernos occidentales con su ceguera estratégica y su complicidad culpable e interesada en las dictaduras. Cuando estallaron las revueltas, los tiranos combinaron la represión con precipitadas renuncias a presentarse de nuevo y con vagas promesas de elecciones libres que excluirían la sucesión familiar. Pero era ya tarde y cada cesión se convirtió en una prueba de debilidad, un aval a la determinación de los revolucionarios y, en consecuencia, un paso más hacia el abismo.
Los enormes cambios experimentados por los medios de comunicación, específicamente en el mundo árabe, son otro elemento de explicación imprescindible para la comprensión de las revueltas. Durante sesenta años, cada uno de estos países ha funcionado como una olla a presión donde la tensión interna fue creciendo permanentemente sin llegar nunca a un estallido de suficiente potencia. Pero cuando entran en juego los nuevos medios globales, los problemas se desencapsulan, adquieren dimensión internacional, suscitan solidaridades y emulaciones y, lo más importante, se rompen las censuras y barreras establecidas por cada uno de los Estados. Los árabes no son libres dentro de cada uno de sus países, pero se convierten o empiezan a actuar como ciudadanos libres en la globalización tecnológica.


domingo, 19 de febrero de 2012

The imperial way: American decline in perspective

Cuántas veces habré escuchado el nombre de Noam Chomsky a lo largo de la carrera, pero no podía imaginarme que este linguística americano llegara a publicar joyas como esta aparecida hace unos dias en The Guardian donde sin titubeos acusa a Israel de ser "la amenaza más importante para la seguridad mundial". Se puede decir más alto pero no más claro.
.
 .
In the years of conscious, self-inflicted decline at home, "losses" continued to mount elsewhere. In the past decade, for the first time in 500 years, South America has taken successful steps to free itself from western domination, another serious loss. The region has moved towards integration, and has begun to address some of the terrible internal problems of societies ruled by mostly Europeanized elites, tiny islands of extreme wealth in a sea of misery. They have also rid themselves of all US military bases and of IMF controls. A newly formed organization, CELAC, includes all countries of the hemisphere apart from the US and Canada. If it actually functions, that would be another step in American decline, in this case in what has always been regarded as "the backyard".
Even more serious would be the loss of the MENA countries – Middle East/North Africa – which have been regarded by planners since the 1940s as "a stupendous source of strategic power, and one of the greatest material prizes in world history". Control of MENA energy reserves would yield "substantial control of the world", in the words of the influential Roosevelt advisor AA Berle.
To be sure, if the projections of a century of US energy independence based on North American energy resources turn out to be realistic, the significance of controlling MENA would decline somewhat, though probably not by much: the main concern has always been control more than access. However, the likely consequences to the planet's equilibrium are so ominous that discussion may be largely an academic exercise.
The Arab Spring, another development of historic importance, might portend at least a partial "loss" of MENA. The US and its allies have tried hard to prevent that outcome – so far, with considerable success. Their policy towards the popular uprisings has kept closely to the standard guidelines: support the forces most amenable to US influence and control.
Favored dictators are supported as long as they can maintain control (as in the major oil states). When that is no longer possible, then discard them and try to restore the old regime as fully as possible (as in Tunisia and Egypt). The general pattern is familiar: Somoza, Marcos, Duvalier, Mobutu, Suharto, and many others. In one case, Libya, the three traditional imperial powers intervened by force to participate in a rebellion to overthrow a mercurial and unreliable dictator, opening the way, it is expected, to more efficient control over Libya's rich resources (oil, primarily, but also water, of particular interest to French corporations), to a possible base for the US Africa Command (so far, restricted to Germany), and to the reversal of growing Chinese penetration. As far as policy goes, there have been few surprises.
Crucially, it is important to reduce the threat of functioning democracy, in which popular opinion will significantly influence policy. That, again, is routine, and quite understandable. A look at the studies of public opinion undertaken by US polling agencies in the MENA countries easily explains the western fear of authentic democracy, in which public opinion will significantly influence policy. 
.
Israel and the Republican party
.
Similar considerations carry over directly to the second major concern addressed in the issue of Foreign Affairs cited in part one of this piece: the Israel-Palestine conflict. Fear of democracy could hardly be more clearly exhibited than in this case. In January 2006, an election took place in Palestine, pronounced free and fair by international monitors. The instant reaction of the US (and, of course, Israel), with Europe following along politely, was to impose harsh penalties on Palestinians for voting the wrong way.
That is no innovation. It is quite in accord with the general and unsurprising principle recognized by mainstream scholarship: the US supports democracy if, and only if, the outcomes accord with its strategic and economic objectives, the rueful conclusion of neo-Reaganite Thomas Carothers, the most careful and respected scholarly analyst of "democracy promotion" initiatives.
More broadly, for 35 years, the US has led the rejectionist camp on Israel-Palestine, blocking an international consensus calling for a political settlement in terms too well known to require repetition. The western mantra is that Israel seeks negotiations without preconditions, while the Palestinians refuse. The opposite is more accurate. The US and Israel demand strict preconditions, which are, furthermore, designed to ensure that negotiations will lead either to Palestinian capitulation on crucial issues or nowhere.
The first precondition is that the negotiations must be supervised by Washington, which makes about as much sense as demanding that Iran supervise the negotiation of Sunni-Shia conflicts in Iraq. Serious negotiations would have to be under the auspices of some neutral party, preferably one that commands some international respect, perhaps Brazil. The negotiations would seek to resolve the conflicts between the two antagonists: the US-Israel on one side, most of the world on the other.
The second precondition is that Israel must be free to expand its illegal settlements in the West Bank. Theoretically, the US opposes these actions, but with a very light tap on the wrist, while continuing to provide economic, diplomatic, and military support. When the US does have some limited objections, it very easily bars the actions, as in the case of the E-1 project linking Greater Jerusalem to the town of Ma'aleh Adumim, virtually bisecting the West Bank – a very high priority for Israeli planners (across the spectrum), but raising some objections in Washington, so that Israel has had to resort to devious measures to chip away at the project.
The pretense of opposition reached the level of farce last February when Obama vetoed a UN security council resolution calling for implementation of official US policy (also adding the uncontroversial observation that the settlements themselves are illegal, quite apart from expansion). Since that time, there has been little talk about ending settlement expansion, which continues with studied provocation.
Thus, as Israeli and Palestinian representatives prepared to meet in Jordan in January 2011, Israel announced new construction in Pisgat Ze'ev and Har Homa, West Bank areas that it has declared to be within the greatly expanded area of Jerusalem, annexed, settled, and constructed as Israel's capital, all in violation of direct security council orders. Other moves carry forward the grander design of separating whatever West Bank enclaves will be left to Palestinian administration from the cultural, commercial, political center of Palestinian life in the former Jerusalem.
It is understandable that Palestinian rights should be marginalized in US policy and discourse. Palestinians have no wealth or power. They offer virtually nothing to US policy concerns; in fact, they have negative value, as a nuisance that stirs up "the Arab street".
Israel, in contrast, is a valuable ally. It is a rich society with a sophisticated, largely militarized, high-tech industry. For decades, it has been a highly valued military and strategic ally, particularly since 1967, when it performed a great service to the US and its Saudi ally by destroying the Nasserite "virus", establishing the "special relationship" with Washington in the form that has persisted since. It is also a growing center for US high-tech investment. In fact, high tech and, particularly, military industries in the two countries are closely linked.
Apart from such elementary considerations of great power politics as these, there are cultural factors that should not be ignored. Christian Zionism in Britain and the US long preceded Jewish Zionism, and has been a significant elite phenomenon with clear policy implications (including the Balfour Declaration, which drew from it). When General Allenby conquered Jerusalem during the first world war, he was hailed in the American press as Richard the Lion-Hearted, who had at last won the Crusades and driven the pagans out of the Holy Land.
The next step was for the Chosen People to return to the land promised to them by the Lord. Articulating a common elite view, President Franklin Roosevelt's secretary of the interior, Harold Ickes, described Jewish colonization of Palestine as an achievement "without comparison in the history of the human race". Such attitudes find their place easily within the providentialist doctrines that have been a strong element in popular and elite culture since the country's origins: the belief that God has a plan for the world and the US is carrying it forward under divine guidance, as articulated by a long list of leading figures.
Moreover, evangelical Christianity is a major popular force in the US. Further toward the extremes, End Times evangelical Christianity also has enormous popular outreach, invigorated by the establishment of Israel in 1948, revitalized even more by the conquest of the rest of Palestine in 1967 – all signs that End Times and the Second Coming are approaching.
These forces have become particularly significant since the Reagan years, as the Republicans have abandoned the pretence of being a political party in the traditional sense, while devoting themselves in virtual lockstep uniformity to servicing a tiny percentage of the super-rich and the corporate sector. However, the small constituency that is primarily served by the reconstructed party cannot provide votes, so they have to turn elsewhere.
The only choice is to mobilize tendencies that have always been present, though rarely as an organized political force: primarily nativists trembling in fear and hatred, and religious elements that are extremists by international standards but not in the US. One outcome is reverence for alleged Biblical prophecies, hence not only support for Israel and its conquests and expansion, but passionate love for Israel, another core part of the catechism that must be intoned by Republican candidates – with Democrats, again, not too far behind.
These factors aside, it should not be forgotten that the "Anglosphere" – Britain and its offshoots – consists of settler-colonial societies, which rose on the ashes of indigenous populations, suppressed or virtually exterminated. Past practices must have been basically correct, in the US case, even ordained by Divine Providence. Accordingly, there is often an intuitive sympathy for the children of Israel when they follow a similar course. But primarily, geostrategic and economic interests prevail, and policy is not graven in stone.
.
The Iranian "threat" and the nuclear issue
.
Let us turn finally to the third of the leading issue addressed in the establishment journals cited earlier, the "threat of Iran". Among elites and the political class, this is generally taken to be the primary threat to world order – though not among populations. In Europe, polls show that Israel is regarded as the leading threat to peace. In the MENA countries, that status is shared with the US, to the extent that in Egypt, on the eve of the Tahrir Square uprising, 80% felt that the region would be more secure if Iran had nuclear weapons. The same polls found that only 10% regard Iran as a threat – unlike the ruling dictators, who have their own concerns.
In the United States, before the massive propaganda campaigns of the past few years, a majority of the population agreed with most of the world that, as a signatory of the Non-Proliferation Treaty, Iran has a right to carry out uranium enrichment. And even today, a large majority favors peaceful means for dealing with Iran. There is even strong opposition to military engagement if Iran and Israel are at war. Only a quarter regard Iran as an important concern for the US altogether. But it is not unusual for there to be a gap, often a chasm, dividing public opinion and policy.
Why exactly is Iran regarded as such a colossal threat? The question is rarely discussed, but it is not hard to find a serious answer – though not, as usual, in the fevered pronouncements. The most authoritative answer is provided by the Pentagon and the intelligence services in their regular reports to Congress on global security. They report that Iran does not pose a military threat. Its military spending is very low even by the standards of the region, minuscule, of course, in comparison with the US.
Iran has little capacity to deploy force. Its strategic doctrines are defensive, designed to deter invasion long enough for diplomacy to set it. If Iran is developing nuclear weapons capability, they report, that would be part of its deterrence strategy. No serious analyst believes that the ruling clerics are eager to see their country and possessions vaporized, the immediate consequence of their coming even close to initiating a nuclear war. And it is hardly necessary to spell out the reasons why any Iranian leadership would be concerned with deterrence, under existing circumstances.
The regime is doubtless a serious threat to much of its own population – and regrettably, is hardly unique on that score. But the primary threat to the US and Israel is that Iran might deter their free exercise of violence. A further threat is that the Iranians clearly seek to extend their influence to neighboring Iraq and Afghanistan, and beyond, as well. Those "illegitimate" acts are called "destabilizing" (or worse). In contrast, forceful imposition of US influence halfway around the world contributes to "stability" and order, in accord with traditional doctrine about who owns the world.
It makes very good sense to try to prevent Iran from joining the nuclear weapons states, including the three that have refused to sign the Non-Proliferation Treaty – Israel, India, and Pakistan, all of which have been assisted in developing nuclear weapons by the US, and are still being assisted by them. It is not impossible to approach that goal by peaceful diplomatic means. One approach, which enjoys overwhelming international support, is to undertake meaningful steps towards establishing a nuclear weapons-free zone in the Middle East, including Iran and Israel (and applying as well to US forces deployed there), better still extending to South Asia.
Support for such efforts is so strong that the Obama administration has been compelled to formally agree, but with reservations: crucially, that Israel's nuclear program must not be placed under the auspices of the International Atomic Energy Association, and that no state (meaning the US) should be required to release information about "Israeli nuclear facilities and activities, including information pertaining to previous nuclear transfers to Israel". Obama also accepts Israel's position that any such proposal must be conditional on a comprehensive peace settlement, which the US and Israel can continue to delay indefinitely.
This survey comes nowhere near being exhaustive, needless to say. Among major topics not addressed is the shift of US military policy towards the Asia-Pacific region, with new additions to the huge military base system underway right now, in Jeju Island off South Korea and Northwest Australia, all elements of the policy of "containment of China". Closely related is the issue of US bases in Okinawa, bitterly opposed by the population for many years, and a continual crisis in US-Tokyo-Okinawa relations.
Revealing how little fundamental assumptions have changed, US strategic analysts describe the result of China's military programs as a "classic 'security dilemma', whereby military programs and national strategies deemed defensive by their planners are viewed as threatening by the other side", writes Paul Godwin of the Foreign Policy Research Institute. The security dilemma arises over control of the seas off China's coasts. The US regards its policies of controlling these waters as "defensive", while China regards them as threatening; correspondingly, China regards its actions in nearby areas as "defensive", while the US regards them as threatening. No such debate is even imaginable concerning US coastal waters. This "classic security dilemma" makes sense, again, on the assumption that the US has a right to control most of the world, and that US security requires something approaching absolute global control.
While the principles of imperial domination have undergone little change, the capacity to implement them has markedly declined as power has become more broadly distributed in a diversifying world. Consequences are many. It is, however, very important to bear in mind that, unfortunately, none lifts the two dark clouds that hover over all consideration of global order: nuclear war and environmental catastrophe, both literally threatening the decent survival of the species.
Quite the contrary. Both threats are ominous, and increasing.


sábado, 18 de febrero de 2012

Abdennur Prado

Desde aquí todo mi apoyo para Abdennur Prado tras su, a mi parecer, injusto despido. Su compromiso con temas tan comprometidos y controvertidos como la defensa del feminismo y la homosexualidad en el Islam le han creado muchos detractores en estos círculos pero a la vez ha conseguido que muchos otros creamos en su labor. Como él mismo dice, hay cosas peores, y el trabajo bien hecho siempre tendrá un lugar donde lo podamos disfrutar. Os dejo con uno de sus articulos publicados en Webislam.

Desde hace años vengo realizando una investigación sobre la homosexualidad en el islam, que abarca aspectos doctrinales, históricos, de jurisprudencia y de hermenéutica coránica. Considero que no hay fundamento alguno ni en el Qur'án ni en el ejemplo del profeta Muhammad para una condena de la homosexualidad, entendida como amor entre dos hombres. Este estudio abarca más de cien páginas, que resultaría muy difícil resumir ahora. En esta intervención, solo quiero mostrar mi posición al respecto, advirtiendo a los presentes de que esta posición no es en absoluto representativa del islam en su conjunto, sino fruto de una indagación personal cuyos resultados se oponen al pensamiento dominante. No puede ser de otra manera: cada vez que un ser humano reflexiona por si mismo entra en oposición con el pensamiento dominante, pues un pensamiento cuando es dominante se convierte en una cárcel para la conciencia.
La condena de la homosexualidad en el islam -repetida una y otra vez por las autoproclamadas "autoridades religiosas"- se basa en dos argumentos principales. Por un lado, la supuesta condena a esta tendencia sexual contenida en el Qur'án, en las aleyas que relatan las transgresiones cometidas por la gente de Lot. Por otro lado, en la consideración del matrimonio heterosexual como base del equilibrio y del orden ideal que debe regir en una sociedad islámica, con una distribución precisa de los roles que deben asumir el hombre y la mujer. En último extremo este planteamiento conduce a la total segregación de la mujer.
El primer punto, sobre lo que se denomina "transgresiones de la gente de Lut", tal y como se nos muestra en el Qur'án: gentes que practicaban toda clase de perversiones sexuales. Una lectura minuciosa de estas aleyas nos lleva a la conclusión de que no hay ni una sola mención explícita de la homosexualidad, tan solo a la promiscuidad sin freno y a la violación, además de la trasgresión de las leyes de la hospitalidad. Cuando el pueblo de Lut (as) quiere tomar a los ángeles de Al-lâh, no se trata de homosexualidad, sino de un intento de violación. Algunos confunden lo uno con lo otro, y citan estas aleyas para demostrar que Al-lâh ha condenado la homosexualidad. Es posible que mi interpretación esté equivocada, pero se basa en un análisis minucioso y consciente del Qur'án.
El otro argumento habitual es de orden social, y es exactamente el mismo utilizado por los sectores más reaccionarios de otras religiones para condenar la homosexualidad. Como ejemplo, recordar que el Consejo del Poder Judicial (órgano consultivo de los jueces españoles) arremetió en enero del 2005 contra la ley de matrimonios homosexuales, con el argumento de que el matrimonio es una institución específicamente heterosexual, al estar basada "en el principio de la complementariedad entre los sexos".
Este argumento es el mismo que utilizan los ulemas reaccionarios para justificar la represión de los homosexuales. Tal y como lo describe Abdelwahab Bouhdiba en La sexualité en Islam (ed. Puf, p. 43): "La visión islámica de la pareja fundada sobre la armonía preestablecida de los sexos supone una complementariedad esencial entre lo masculino y lo femenino. Esta complementariedad armónica es creativa y procreativa. (...) La bipolaridad del mundo reposa sobre la rigurosa separación de dos 'ordenes', lo femenino y lo masculino. Todo lo que viola el orden del mundo no es más que un grave 'desorden', fuente de mal y de anarquía".
Según esta visión, el hombre debe actuar únicamente como "hombre", y eliminar de si mismo cualquier rasgo femenino. La mujer debe actuar según las características consabidas de "lo femenino": sumisión, pasividad, maternidad, ternura... El hombre se reserva para si las cualidades activas, de penetración y de dominio. Ante esta rigurosa polaridad, cualquier expresión o planteamiento que trate de romper o difuminar la frontera entre los sexos es vista como una aberración contra natura y, lo que es peor: como una tendencia destructora de la sociedad. De ahí la doble condena, moral y penal, a que se ven abocados los homosexuales.
Según creemos, este tipo de consideraciones son sumamente groseras, y son el resultado de la incomprensión de la cosmología coránica. En realidad, ponen en evidencia la ausencia total de espiritualidad en sus promotores. El hecho de que todo haya sido creado por pares no significa que haya cosas exclusivamente masculinas frente a otras exclusivamente femeninas, sino que dentro de todas las cosas creadas existe esa polaridad:
.
Subhana al-ladzî jalaqa al-'azwâja
kul lahâ mim mâ tumbitu al-'ardzu
wa anfusi-him wa mim mâ lâ ya'alamûn.
.
Glorificado sea Aquel que ha creado pares
en todo lo que la tierra produce,
y en los mismos egos, y en lo que no conocen.

(Qur'án 36: 36)
.
Esta aleya clarifica que los pares (las polaridades) están en el interior de todo lo creado. Un par no es únicamente la unión de un varón y una hembra, sino que los pares habitan en las criaturas: y en los mismos egos (nafs). El hombre y la mujer forman un par, y en cada uno de ellos existe la polaridad masculino-femenina. En caso de eliminar uno de estos dos polos, el par sería destruido y el hombre y la mujer ya no serían criaturas completas. No hay nada en la Creación que no sea dual, salvo Al-lâh, quien ha establecido la balanza.
En la unión amorosa se da esa dualidad: se establecen roles. Esto sucede tanto en las parejas heterosexuales como en las homosexuales. La unión amorosa, cuerpo a cuerpo, es la búsqueda de la unidad en algo que está fuera de nosotros, y sin embargo esta unión nos remite a nuestra propia interioridad. Si la pareja es la unión entre complementarios, lo importante no es una supuesta complementariedad física, sino espiritual. Un hombre que no ama a una mujer no forma una pareja con ella, por mucho que sus sexos parezcan acoplarse. Dos homosexuales que se aman forman plenamente una pareja, verifican su unidad en el espejo del Amado.
Frente a la conciencia de la unión se sitúa el sueño de la segregación, territorialización de lo masculino y de lo femenino en ámbitos perfectamente separados. Este sueño es el fanatismo de los que se niegan a reconocer su propia feminidad. De ahí las estructuras jerárquicas enteramente masculinas habituales en diferentes religiones. Esta es la enfermedad de los guardianes de la fe, los representantes de Dios sobre la tierra. En relación a la homosexualidad, no pueden aceptar que Dios haya creado un ser que se les presenta como híbrido, y que rompe sus esquemas dualistas. Un ser físicamente hombre y espiritualmente mujer: esto parece contradecir el orden perfecto de las cosas, la utopía de un orden estático y sin mezcla. Y sin embargo es todo lo contrario: la homosexualidad es un signo, que viene a poner al descubierto que las diferencias entre lo masculino y lo femenino no son tajantes, que todas las criaturas participan de ambas cualidades. Lo femenino y lo masculino no pueden ser acotados en base a distinciones físicas: hay un carácter masculino de la mujer y una feminidad en el hombre.
En realidad, establecer los roles según la apariencia física conduce a graves desequilibrios: ¿qué importancia puede tener que alguien tenga pene si no desea a una mujer? En las épocas de represión, muchos homosexuales se casan con mujeres para salvar las apariencias, llevando a uno y otro cónyuge a vivir en la infelicidad y frustración de sus apetitos naturales. Lo importante del matrimonio es consumar la unión (sexual, intelectual, afectiva) entre complementarios. Desde este punto de vista, la unión entre un homosexual y una mujer es lo verdaderamente anti-natural, no conduce a la satisfacción mutua de los cónyuges.
La homofobia en nombre de la religión es una constante, tanto entre cristianos, como budistas, hinduistas, musulmanes... A las declaraciones del Papa hay que sumar las del Dalai Lama, en la revista Odissey: "Los órganos sexuales han sido creados para la reproducción entre el elemento masculino y el femenino. Toda desviación a eso es inaceptable. La homosexualidad es mala". Claro que en el mundo islámico es donde se llevan la peor parte, a causa de la pervivencia de legislaciones pretendidamente religiosas.
Según Human Rights Watch, a principios del siglo XXI existen 83 países donde la homosexualidad está explícitamente condenada por la ley, 26 donde el islam es mayoritario. Entre ellos casi todos los miembros de la Liga Árabe. En algunos países la condena por sodomía (liwat) es la pena de muerte: Arabia Saudí, Irán, Mauritania, Sudán, Yemen y Afganistán. Aunque en la mayoría de los casos la pena no se aplica, conocemos casos de homosexuales ejecutados en los últimos años en Irán, Arabia Saudí y en el Afganistán de los talibanes.
En otros lugares, la condena para los homosexuales es la cárcel. En Malasia, el artículo 377 del código penal castiga con 10 años de prisión las "conductas antinaturales", y hasta 20 años de cárcel en caso de "penetración entre hombres". En Pakistán y en Bangla Desh, el código penal equipara la homosexualidad a la zoofilia, y puede reportar hasta diez años de cárcel. En Siria y en Jordania la pena es de cinco años, y en Marruecos, Túnez, Argelia, Irak y Kuwait, de hasta tres años. Aunque en muchos de estos países existe "tolerancia de facto", estas leyes se mantienen como una amenaza.
Siendo el problema judicial gravísimo, no lo es menos el cultural. La homofobia se extiende como un cáncer entre los musulmanes. El islam, que durante siglos fue signo de justicia y de progreso, ha sido transformado en una religión retrograda y cruel hacia las minorías. Los jóvenes musulmanes que desprecian y hacen la vida imposible a los homosexuales en muchos lugares del mundo islámico no saben que con su actitud están destruyendo una tradición de siglos. Aquí, como siempre, la ignorancia es la culpable de una situación penosa, una ignorancia fomentada por prestigiosos alfaquíes, instituciones y universidades a través de las cuales se fomenta la ignorancia y la repetición mecánica de dogmas.
La persecución de los homosexuales en el mundo islámico es muy reciente, y tiene que ver con la colonización y la influencia de occidente. Existen innumerables pruebas de que hasta la colonización la homosexualidad era plenamente aceptada. Durante las primeras décadas del siglo XX, el Magreb fue un "paraíso para los homosexuales", que huían de la puritana Europa en busca de la libertad sexual que se vivía en tierras del islam. En Marruecos, la homosexualidad es considerada un delito tan solo desde 1972, y esto a causa de la influencia Saudí. En Indonesia (el país con más musulmanes en el mundo) jamás ha estado prohibida, siendo la escuela shafi'í mayoritaria.
La aceptación de la homosexualidad en la historia del islam está ampliamente documentada, en diferentes épocas y territorios. No era algo oculto o marginal, sino aceptado socialmente. Los estudiosos occidentales de la homosexualidad han destacado con asombro la actitud mostrada hacia este tema en dar al-islam. Merece destacarse la visión de John Boswel sobre la homosexualidad en al-Andalus de sus obras Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad y Las bodas de la semejanza.
En la Córdoba califal, los homosexuales habitaban todo un barrio, conocido como derb Ibn Zaydun. El caso de al-Andalus no es aislado. Existe una amplia literatura de contenido homosexual en el periodo abbasida, además de los testimonios de los historiadores. Además de al-Mutamid, existen otros dirigentes islámicos reconocidos como homosexuales en la historia, tales como Sultan Mehmet Fatih, conquistador de Constantinopla. En las crónicas del gran visir Nizam al-Mulk se habla de la homosexualidad como algo habitual.
Esta actitud abierta llega hasta los inicios de la colonización. Las obras de los viajeros, científicos y colonizadores europeos relatan, entre la fascinación y la sorpresa, el grado de aceptación de la homosexualidad entre los musulmanes. En la sociedad victoriana, este fue uno de los argumentos preferidos para mostrar que el islam era una religión lasciva e inmoral. En la Europa del siglo XXI, se habla de la persecución de los homosexuales en el mundo islámico para mostrar como el islam es una religión salvaje y puritana. Entre lo uno y lo otro, algo ha sucedido.
No podemos citar a todos los estudiosos que han destacado la plena aceptación de la homosexualidad en la historia del islam. Sencillamente, son demasiados. En su libro Islamic Homosexualities, Stephen O. Murray y Will Roscoe dan pruebas amplias de la centralidad del erotismo masculino adolescente-adulto en los países islámicos. En su traducción de Las mil y una noches, el aventurero y escritor inglés Richard Burton describió la sexualidad en el mundo islámico, que recorrió de punta a punta (llegó a realizar la peregrinación a Meka). La fascinación de Burton por el islam no estaba exenta de prejuicios y una mirada fantasiosa. Aún así, su testimonio no puede descartarse por completo: en Egipto, los adolescentes que buscan hombres frecuentan los baños públicos, igual que en los tiempos pasados. En Marruecos, los musulmanes viven abiertamente con adolescentes. En Persia, la práctica es "tan inherente que está en los huesos".
A quien nos haya seguido hasta ahora, no le sorprenderá descubrir la existencia de matrimonios entre homosexuales en el mundo islámico, hasta bien entrado el siglo XX. La primera vez que dimos a conocer este hallazgo, causó sorpresa e incluso indignación. A algunos musulmanes les pareció un disparate, e incluso se me acusó de haberlo inventado. En concreto, la celebración de matrimonios entre homosexuales musulmanes está documentada en el oasis de Siwah, situado en el desierto de Libia, en la actualidad en territorio egipcio.
Es improbable que se trate de un caso aislado. El día 7 de abril, la cadena de TV al-Arabiya informaba sobre las penas impuestas a un grupo de hombres por celebrar un matrimonio gay en Arabia Saudí, en la ciudad santa de Medina. Los hechos sucedieron en marzo, cuando la policía interrumpió la celebración de la boda y detuvo a unos 120 hombres, algunos de ellos vestidos de mujeres. Los jueces han condenado a dos mil latigazos y dos años de prisión para los cónyuges, doscientos latigazos para 31 de los asistentes, y un año de prisión para los 70 restantes. Si hubieran tenido tiempo de consumar el matrimonio, la sentencia podría haber sido la muerte, tal y como les sucedió a dos hombres el año 2001 en la misma Arabia Saudí. Hace sólo unas semanas nos ha llegado una noticia semejante de Emiratos Árabes Unidos. Al parecer, doce parejas de homosexuales estaban preparándose para celebrar su matrimonio cuando irrumpió la policía.
Si esto llega a producirse en un contexto en el cual se condena a muerte la homosexualidad, ¿qué puede haber pasado durante catorce siglos de tolerancia? Lo extraño sería que esta clase de matrimonios no se hubiesen producido, y que no se produzcan en el futuro. Dado que en el islam no es necesario ningún sacerdote para celebrar el matrimonio, un grupo muy reducido de musulmanes/as puede hacerlo. Al margen de que consideremos esto lícito o una perversión, es incuestionable que ha habido y hay musulmanes que lo consideran lícito. La existencia de "matrimonios entre musulmanes homosexuales" pone en evidencia que la condena a muerte está muy lejos de ser la única opción posible. En el terreno del islam siempre coexisten opciones diferentes, algunas veces tan alejadas entre si que parece tratarse de religiones diferentes. (Existen ulemas que afirman: "el islam prohíbe la música", pero en otro lugar leemos: "a ninguna civilización la música ha sido tan consustancial como a la islámica").
Esta reflexión se inscribe en una situación precisa. Desde el momento en que los matrimonios entre personas del mismo sexo han sido legalizados en España, nada impide que se celebren entre musulmanes/as. Basta que un solo musulmán reconocido en la categoría de "Dirigente Islámico" (artículo 3.1 del Acuerdo de Cooperación firmado entre el Estado español y la Comisión Islámica de España), este dispuesto a celebrarlo para que tengamos "matrimonios entre hombres (o mujeres) según la sharia", con plena validez a efectos civiles. Por mi parte, la aceptación del matrimonio entre hombres está implícita en el contenido de esta charla.
Un principio de realismo es necesario. Aquellos que condenan moralmente la homosexualidad no pueden negar que ésta seguirá practicándose. Desde el momento en que sabemos que la homosexualidad es una constante en la historia de la humanidad, y que ninguna prohibición humana puede modificar ni un ápice la Creación de Al-lâh el Altísimo, ¿no es lo sensato garantizar los derechos de todos los creyentes, sea cual sea su naturaleza?
A raíz de la persecución, muchos musulmanes homosexuales se han acostumbrado a una vida sexual semiclandestina, de modo que no quieren ni oír hablar de matrimonio. Con ello, no se dan cuenta de que renuncian a algo más que a la aceptación o al rechazo social de sus tendencias sexuales. La pareja es el ámbito privilegiado para verificar la complementariedad entre los principios masculino y femenino. Negar a los homosexuales su derecho al matrimonio es muy grave, es privarles de un derecho fundamental, de algo que la tradición islámica reconoce como un gran beneficio. Hay que tener una base para ello.
El matrimonio es el hogar, la paz, la satisfacción de los deseos. No es el refugio del ego, sino su máxima apertura. Es el encuentro entre dos mundos. Cada elemento de la pareja está conectado con los otros, su círculo inmediato, su familia. El matrimonio es la interacción de dos mundos, la consagración de la comunidad y la apertura. Familia, revelación, balanceo de las fuerzas. Lo propio y lo impropio dejan de ser inmóviles, entramos en lo otro, vivimos para otro. ¿Qué tiene que ver todo esto con las características físicas de las personas, con su pene, su ano o su vagina? Más bien tiene que ver con su grado de conciencia sobre la realidad que los rodea. Tiene que ver con la capacidad de cada uno de amar y de entregarse, de fusionarse con el otro. Tiene que ver con su espiritualidad y la forma como esta se hace cotidiana. Tiene que ver con la posibilidad de transformar cada uno de nuestros actos en un acto de 'ibada, forma de adoración al Creador de los cielos y la tierra.

jueves, 16 de febrero de 2012

miércoles, 15 de febrero de 2012

Viaje al corazón del conflicto sirio

El novelista Jonathan Litell nos adentra en el corazón del conflicto sirio a través del relato de su viaje narrado en cinco capítulos para Elpais.com. En esta primera entrega, "La zona intermedia" relata cómo entró en Siria desde el norte de Líbano de la mano de una red de colaboradores de la resistencia




"Desde el principio", dice el hombre que nos va a ayudar a pasar la frontera, con su enorme barba surcada por una sonrisa maliciosa, "me llamaron Al Ghadab, La Cólera. ¡Y eso que estoy todo el tiempo riendo!". Achaparrado, vestido con chándal negro, con dos móviles en la mano, La Cólera está en un apartamento glacial de Trípoli, al norte de Líbano. Le acompañan dos hombres libaneses que dan la impresión de ser contrabandistas. Pero él no es un profesional. "Cuando empezó este asunto", nos contará más tarde, "yo estaba a punto de casarme. Tuve que elegir: la revolución o el matrimonio". En julio, cuando se formaron las primeras unidades del Ejército Libre de Siria (ELS), empezó a ir y venir para ellos, transportando heridos, material médico, a periodistas como nosotros, cosas variadas. Su familia vive con desahogo: "No lo hago por dinero", asegura.
Es por la mañana. La lluvia cae con fuerza. Uno de los dos libaneses, al volante de una furgoneta, nos lleva a los tres (La Cólera, el fotógrafo Mani y yo) por las carreteritas de Monte Líbano, para evitar los controles del Ejército libanés, hasta una gran llanura pedregosa. Delante de nosotros, Siria. Pasada una curva de la carretera, nos esperan tres jóvenes con motos. Tampoco ellos son profesionales, no son más que unos agricultores locales, con las manos rojas y encallecidas. Vamos por unos caminos llenos de barro, entre casas y campos de labranza, nos cruzamos con niños mocosos y mal vestidos, colmenas, algunos caballos, hasta llegar a una casa en la que unos campesinos sonrientes nos sirven café. Una comunicación por radio: el camino está despejado, volvemos a salir hacia otra casa del pueblo, más allá. En ese momento, llega al móvil un SMS del Ministerio de Turismo, en inglés: "Bienvenido a Siria". Hemos pasado al otro lado del espejo.
A diferencia de los pueblos que están un poco más allá, esta aldea permanece tranquila: "Aquí no hay manifestaciones", explica nuestro anfitrión. "No queremos atraer a los mujabarats y poner en peligro el tráfico". Pero el ELS no está lejos. La Cólera vuelve con una camioneta descubierta, nos amontona en la parte delantera, y arrancamos. Campos, huertos, pequeñas carreteras llenas de baches; enseguida nos cruzamos con un oficial del ELS en un vehículo, después una barrera, sobre un puente, organizada por combatientes que controlan las idas y venidas de camionetas y camiones, contrabandistas llegados del Líbano con todas las cosas que les faltan a los habitantes locales. Sobre la barrera ondea una bandera negra, blanca y verde, con tres estrellas rojas: la bandera de la revolución siria.
El teléfono de La Cólera suena sin parar; el ELS tiene observadores en todas partes, para prevenir los posibles movimientos de tropas o la colocación de controles móviles, los más peligrosos. Al día siguiente, un amigo de La Cólera, desertor del Servicio de Seguridad del Estado, muere delante de una de esas barreras, no lejos de aquí, ametrallado cuando intentaba huir. La Cólera tiene escondida una granada junto al volante; si le atrapan, no será con vida.
En la carretera, visible a unos centenares de metros, se alza uno de los controles fijos que rodean la pequeña ciudad de al Qusayr; La Cólera tuerce hacia un camino de tierra y la rodea a través de los descampados en los que acampan las familias de beduinos. Llegamos a la ciudad, donde navegamos por callejones entre edificios de dos plantas de hormigón pulverizado, que tienen un aspecto gris bajo la lluvia. Dos semanas después, en Homs, un activista me dirá: "El ELS liberará Homs antes que Qusayr. El régimen no dejará Qusayr jamás. Si pierden Qusayr, pierden toda la frontera". Sin embargo, no parece que el Ejército sirio siga controlando la ciudad. Aparte de las barreras del perímetro y los carros de combate más o menos ocultos debido al acuerdo con la Liga Árabe, el Ejército oficial no conserva en realidad más que los edificios del Ayuntamiento y el hospital, en el centro.
Paso varias veces por delante del Ayuntamiento, un gran edificio de cuatro plantas, de estilo soviético, con las ventanas rotas y, en el tejado, los sacos de arena que servían para proteger los nidos de los francotiradores. Hasta hace poco, esos francotiradores disparaban constantemente sobre las calles, sobre todo de noche; pero, después de que el ELS atacara y consiguiera entrar en el edificio, se firmó un acuerdo con el comandante, y sus hombres están tranquilos. El ELS circula con libertad por la villa, a veces en camionetas armadas con una ametralladora pesada y con la enseña de la katiba al Farouk, la unidad encargada de la zona, ondeando sobre las puertas. Cada tarde, cuando los habitantes se reúnen en las calles para manifestarse contra el régimen, docenas de soldados del ELS, armados, se colocan en las intersecciones para protegerlos. "No solemos intervenir", explica un oficial con el que hablo al día siguiente, rodeado de 15 de sus hombres, en una granja a las afueras de la ciudad. "Las barreras están en su sitio y no nos molestan. No atacamos más que cuando el Ejército regular intenta llevar a cabo una operación".
El viaje de Qusayr a Homs, alrededor de 30 kilómetros, lo hacemos de la misma forma: pasando de casa en casa, de vehículo en vehículo, de mano en mano. Una amplia red de civiles ayuda al ELS y la revolución. En cada etapa, un coche o una moto sale por delante para comprobar si la carretera está despejada. Y, cuando nos movemos, siempre hay gente delante, alrededor, detrás; los teléfonos no dejan de sonar para transmitir las últimas informaciones. Es como si, frente a la malla policial y de seguridad del Partido Baaz y los mujabarats (una red que domina la vida del país desde hace decenios y en la que toda la población, de una u otra manera, vive atrapada), la sociedad hubiera establecido, en estos últimos meses, otra red casi tan eficaz como aquella, formada por activistas civiles, personalidades, figuras religiosas y, cada vez más, miembros de las fuerzas armadas, los desertores que componen el ELS. Esta contrarred resiste frente a la otra, la esquiva e incluso empieza a absorberla. Cuando se circula entre la frontera libanesa y Homs, se vuelve visible. Siempre había existido, sin duda, una resistencia pasiva a la malla tendida por el régimen, pero ahora esa segunda red se ha independizado por completo de la primera. Como si, desde la primavera pasada, la sociedad siria se hubiera desdoblado y existieran en el país dos sociedades paralelas, en un conflicto mortal.
También llama la atención la inteligencia política de los ciudadanos corrientes que participan en la revuelta. Abu Abdo, uno de nuestros conductores, nos pregunta: "¿Habéis visto por aquí a algún salafista, como denuncia Bachar?". "Depende", contesta Mani. "¿Qué entiendes por salafista?". "Exacto. Esa palabra quiere decir dos cosas. Los musulmanes de Siria siguen la vía de la moderación y, para vivir bien, deben imitar el ejemplo de un ancestro piadoso. Ese es el sentido original de la palabra. El otro, el sentido actual de takfirista, yihadista, terrorista, es una invención de los estadounidenses y los israelíes. No tiene nada que ver con nosotros". Más tarde, durante una larga pausa en una granja, se muestra muy crítico con los partidos de la oposición: "Hoy, al contrario que en Hama en 1982, el que se está rebelando es el pueblo. Los Hermanos Musulmanes, los comunistas, los salafistas y los demás movimientos políticos corren para alcanzarlo y subirse a sus hombros. Pero la calle siria rechaza la politización del movimiento. Acepta la ayuda que se le da, venga de donde venga, pero no puede ser una ayuda condicional. La calle no se ha rebelado para reivindicar una opción política concreta, sino como reacción contra la opresión y las humillaciones. El pueblo sirio ha vivido como en un gallinero: tienes derecho a comer, dormir, poner huevos, y nada más. No hay sitio para las ideas. Es la Corea del Norte de Oriente Próximo".
La conversación continúa durante buena parte del trayecto. Rodeamos una gran planta química, de la que emana un olor inmundo; más allá se extiende el lago de Homs, una fina lengua azul; unas nubes cubren el horizonte, pero por encima brilla el sol, que ilumina el paisaje sucio, caótico, dominado por ese dinosaurio industrial con sus inmensos montones de polvo amarillo. Ante nosotros aparece ya la autopista elevada Damasco-Homs, llena de vehículos, como en época normal. Es el último obstáculo que debemos franquear, sorteando la estrecha vigilancia del Ejército regular. Pero también aquí el ELS tiene sus medios, que es preciso mantener en secreto. Detrás de la autopista nos aguarda otro coche, con dos jóvenes combatientes del ELS. Arrancamos a toda prisa. El tejido urbano se espesa, estamos en las afueras de la ciudad. Un poco más allá, en mitad de una amplia avenida, una barrera del ELS controla un cruce de calles. El barrio liberado de Bab Amro se encuentra al otro lado.
 .
 Jonathan Littell (Nueva York, 10 de octubre de 1967) es un escritor franco-estadounidense de orígen judío. Su novela Las Benévolas ("Les Bienveillantes"), escrita en francés a los 39 años, ha sido galardonada con el Premio Goncourt de 2006 y el Grand prix du roman de l'Académie française de ese mismo año.