No he podido evitar colgar este magnífico articulo de Maruja Torres publicado en El País hace ya algunos años, concretamente en 2004. Me ha hecho reir en esta mañana en que se conmemora el aniversario de la Segunda República Española y superar un poco el cabreo que me ha provocado el accidente de nuestro excelentísimo Rey cazando elefantes en Botsana. En fin, sin más comentarios, os dejo con el grandísimo humor de Maruja a la vez que con su dura crítica sobre la hipocresía con que es tratado este tema en Marruecos.
"El hombre, de unos 30 años, corpulento, de cráneo rasurado y risa
fácil, ayudante de joyero de profesión -más de diez años trabajando para
el mismo patrón, que no le ha declarado en la seguridad social ni le
permite que se apunte como autónomo: un explotador-, se arrellanó en la
parte posterior del coche y dijo:
-Podéis llamarme Sultana.
Habíamos estado buscándole por todas las joyerías de Tetuán. En
realidad, la cosa empezó mucho antes, en junio, cuando los periódicos
marroquíes se hicieron eco de la noticia de que 43 personas habían sido
detenidas por la policía en dicha ciudad, por celebrar una fiesta
homosexual sobre la que corrían distintas versiones. Una, que se habían
disfrazado para celebrar una boda. Dos, que se habían disfrazado para
celebrar una juerga. Tres, que se habían disfrazado para celebrar que se
disfrazaban. En cualquier caso: eran homosexuales -la mayoría, hombres;
pero también había lesbianas- y lo celebraron con cierto estruendo, en
una sala de fiestas demasiado pequeña, en pleno centro, rodeados de
minaretes. Un periódico llegó a contar que los detenidos iban "vestidos
con caftanes, sujetadores y bien maquillados, lo que implicó ser
llevados al hospital Saniat Raml para asegurarse de su sexo antes de
interrogarles" (As Sabah, 4 de junio de 2004). Pero el semanario TelQuel afirmaba que se les practicaron análisis de sangre para determinar si eran portadores del sida.
Bastante siniestro, considerando la secreta tolerancia hacia las
relaciones con el mismo sexo que todos conocemos, especialmente quienes
practican con frecuencia el turismo, digamos, amoroso. Pero una cosa es
mantener el misterio de la propia opción sexual y otra hacer alardes:
sobre todo porque la homosexualidad está prohibida por la ley (artículo
489), que la equipara a la prostitución, con penas que pueden alcanzar
los cinco años de cárcel. El temor generalizado entre los bien pensantes
habituales era que la reunión de los 43 -ni los primeros detenidos ni
los últimos, por causas similares- se convirtiera en el prólogo de un
congreso del colectivo de gays y lesbianas. Es decir, se recelaba de una
salida del armario -masiva: podría ocurrir- que pondría en apuros la
hipocresía de esta sociedad tan parecida, por tantos conceptos, a la del
tardofranquismo. Anclada en parte en las tradiciones, temerosa de las
apariencias, pero con una pujante -podríamos llamarla así- vida
interior.
De modo que fuimos a Tetuán, en busca de alguno de los participantes
en el sarao. Porque lo más intrigante del asunto era que a los 43 -al
contrario que a otros por las mismas causas y en otros lugares- los
habían puesto en la calle a las pocas horas. "Una llamada de arriba",
comentaban unos. "Es que, esta vez, había gente importante entre los
detenidos". Otros pensaban que fue más definitiva la intervención
internacional, el temor a que Marruecos deje de aparecer como un paraíso
turístico.
Nunca lo sabremos porque no encontramos a ninguno de los
participantes. Miento: hallamos a uno, gracias a Rachid. Mi buen Rachid
-el hombre de los chistes y de los contactos, como sabrá quien haya
seguido esta serie-, aquel día venía cargado con un par de sus
especialidades:
El chiste:
-Dicen que los presos se han manifestado, como acto de protesta.
-¿Por la detención de los 43?
-¡No! ¡Porque los han sacado de la cárcel!
Su contacto resultó algo más insólito, aunque se reveló inútil. Era
el fotógrafo, el encargado de rodar el vídeo de la fiesta, que también
había sido detenido y posteriormente liberado. Habíamos quedado con él
en su estudio de la deliciosa medina de Tetuán, que a las nueve de la
noche crepitaba envuelta en el fuego azul del fin de jornada. Le
pillamos cinco minutos antes, con las manos en la masa: dispuesto a
huir, el pobre, de nuestro asedio. Después de prometerle lo que a todos
-nada de nombres, nada de fotos-, el hombre nos acompañó al pequeño piso
en donde tiene su material de trabajo: un par de habitaciones
materialmente forradas con trajes de rociera y peluches de animalitos.
Pues se gana la vida, adujo, retratando a muchachas ceutíes vestidas de
flamencas -y nos mostró un indescriptible álbum de fotos para probarlo- y
filmando fiestas infantiles a las que, adecuadamente, aportaba los
muñecos y un vestido de clown.
En cuanto a los otros: nada que hacer. Después del escándalo se
habían desvanecido en el aire. Dicho lo cual nos puso de patitas en la
calle. Rachid, desanimado, musitó:
-Creo que hay otro homosexual, que trabaja en una joyería. Aunque no fue a la fiesta...
-No importa -le atajé, sobria y sabihonda-. No estamos yendo de caza.
Lo único que quiero es conocer la problemática gay en este país, qué
hay debajo de lo que parece que hay encima.
Por otra parte, yo ya había sostenido, en Tánger, una larga
conversación con un muchacho gay de 22 años, a quien llamaré Laurent.
Creo que es un nombre que le gustaría, teniendo en cuenta que el
verdadero apodo por él elegido es igualmente francés y sofisticado. Este
muchacho -más viscontiano que pasoliniano, para que me entiendan-, de
facciones delicadas y mente rápida, también sueña con un coche, una casa
y... no, una rubia no, ni siquiera un rubio, sino con terminar la
carrera -pertenece a una buena familia, su padre es funcionario- y
poseer una cuenta corriente que le permita viajar, volver a París,
conocer gente y, sí, tener una pareja, como colofón.
No me resultó difícil imaginarle viviendo días felices junto a
elegantes extranjeros que le cuentan historias de arte y de artistas. El
problema -para él como para Sultana y cuantos han elegido una opción
sexual ajena al sistema y a la norma reproductora- es que tarde o
temprano van a tener que plegarse a llevar una doble vida.
-Eso yo no lo voy a hacer -dijo Laurent-. Depende de cada uno, claro.
Hay quien prefiere vivir tranquilo. En mi opinión, puede que un hombre
que haya tenido que hacerlo con los de su propio sexo por las
dificultades de acercarse a una mujer, puede que ese hombre se case y
sea feliz. Pero, créame, alguien que es homosexual difícilmente va a
convertirse en "un hombre respetable". Para mí no existe la
bisexualidad. La homosexualidad es como un virus: siempre acaba por
manifestarse.
-Estas detenciones... -comenté-. ¿Qué es peor para ustedes, la actitud de las autoridades o la de la sociedad?
-La presión social -respondió, sin dudar un instante-. Mi familia no
lo sabe, ni siquiera mi madre. Aquí no faltan oportunidades, pero tengo
que irme fuera de Tánger, al sur o al extranjero. ¡Una vez estuve en
París! En Tánger tengo que guardar las apariencias. Al sur vienen un
montón de forasteros, por vacaciones, y me enseñan cómo es de verdad la
homosexualidad: como una flor que se abre en verano. Y que, en invierno,
se cierra.
-¿Y eso entraña prostitución?
-Depende del forastero. Muchos turistas han venido aquí. Han tenido
relaciones sin querer aprovecharse del otro. Algunos se han comprado una
casa, se han quedado; otros se han llevado al chico a Europa, le han
hecho ver mundo.
Y sonrió, entre nostálgico e ilusionado:
-¡Ah, París, otra vez! ¡Quién pudiera!
Se me ocurrió prestarle por un rato mi MP3, con el concierto en
directo grabado hace años por Charles Aznavour y Liza Minelli, en el
Olimpia. Lo escuchó respetuosamente, casi en éxtasis.
-Nadie defiende a los homosexuales declarados -me había dicho
Laurent-. Es mejor pasar desapercibido. Aunque lo de la fiesta, bueno:
al menos se habló del asunto.
Tampoco las lesbianas que deciden vivir en pareja pueden esperar más
que hostilidad. Renunciar a la función reproductora en una sociedad
basada en la más estricta conservación de la familia tradicional no está
bien visto, aunque otra cosa son las pequeñas alegrías que unas y otras
puedan proporcionarse en la intimidad.
En cuanto a los transexuales... Quizá quien más claro tiene toda esta
cuestión para funcionar por la vida sea Nur, la bailarina estrella que
se declara andrógina y hace de su sexualidad un misterio, aunque muchos
recuerdan que, antes de "modelar poco a poco su cuerpo para ser capaz de
transmitir la danza del vientre", como ha escrito eufemísticamente
Carla Fibla, ganó varias medallas en los ochenta, corriendo los 400
metros lisos. Nur, guapísima, ha hecho dos películas en Marruecos y fue
candidata al papel de Gael García Bernal en el último filme de
Almodóvar. Ser "una criatura sin calificar" y pertenecer al mundo del
espectáculo puede proporcionarle cierta protección: la benevolencia que
se concede a lo que puede pasar por excepcional, por no cotidiano.
Guapísimo y valiente Laurent: espero que todos sus sueños se cumplan.
Aunque resulta algo difícil de creer, después de chocar con ciertos
artículos aparecidos en la prensa, acerca de "este nuevo fenómeno
contrario a nuestras costumbres y tradiciones nacionales e islámicas" (Al Ittihad Al Ishtiraki, 3 de junio de 2004), como el inefable desahogo publicado por el semanario Al Sahifa
el 10 de junio pasado: "La explosión de la homosexualidad en esta
ciudad [por Tetuán] confirma el nacimiento de unas clases anormales,
entre delincuentes, terroristas, homosexuales y lesbianas", una pieza
venenosa en la que se equiparaba la práctica de la homosexualidad con la
autoin-molación del terrorista, pues ambos "reaccionan con su cuerpo a
problemas morales". "Es una clase que se ha descartado a sí misma de las
tradiciones y costumbres de la sociedad". Pero la propia prensa, como
la sociedad, vive en una especie de esquizofrenia: el articulista,
mientras ataca a esa "generación que rechaza todo, que pone en tela de
juicio todos los valores", admite que es "una generación marginada,
carente de toda integración, que está dispuesta a cambiar su identidad
de marroquí a española o italiana, inmigra ilegalmente o se inmolan para
inmigrar al paraíso". O se sodomizan.
Por fortuna, después de estas lecturas perniciosas, Sultana nos iba a
obsequiar con una sana charla sobre homosexualidad (y, además, usando
un interesante dialecto egipcio). Retomando el hilo: Pedro, el
fotógrafo, Rachid, el socarrón, y esta cronista llegamos a la joyería
adecuada. Buscando al joyero gay. Que resultó, en el interior del
establecimiento, el más serio y viril de los dependientes. "A por él",
indiqué a Rojo y a Rachid. "Estas cosas se os dan mejor a los hombres".
Al poco salieron de la tienda, sin collares de perlas para mí, pero
afirmando que Ibrahim acababa de prometerles que se reuniría con
nosotros en cuanto acabara su turno. "Pero no apunta maneras", empezó a
decir el fotógrafo cuando se acercó a nosotros el mencionado hombretón
de cráneo rasurado. "Vamos a vuestro coche", ordenó, amable y algo rudo.
Vaya, éste no es, pensé. Pero en cuanto se acomodó en la parte
posterior del coche, Ibrahim se identificó como Sultana, abrió los
brazos y gritó:
-¡Periodistas españoles! ¡A-do-ro a Boris Izaguiiiiiirre!
Agarró el teléfono móvil, empezó a llamar a amigas y no paró hasta
que, camino de Martil, recogimos a un delgado caballero, quien,
respondiendo al femenino nombre de Machda, se montó también en nuestro
coche.
Y nos fuimos por ahí, en plan chicas que se lo cuentan todo. Como aquí, a mediados de los setenta.
Por cierto, Boris. Tenemos el teléfono de Sultana."
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Sobre Maruja Torres..
Nacida en el barrio barcelonés del Raval y de familia murciana, se dedica al periodismo
desde los 19 años, pese a no tener formación académica en dicho campo.
Comenzó su carrera periodística de la mano de la escritora Carmen Kurtz como secretaria de redacción en el diario La Prensa, tras realizar un curso de taquigrafía y mecanografía. Más adelante colaboró en diversas publicaciones, como las revistas Garbo, Fotogramas, Por Favor y el diario "Tele eXprés", entre otros.
En 1981 dejó Barcelona, donde había adquirido fama como periodista rosa o frívola, para recomenzar desde cero en Madrid.
Su incursión en la literatura comienza en 1986, con la publicación de ¡Oh es él! Viaje fantástico hacia Julio Iglesias, seguida en 1991 por Ceguera de amor, ambas "novelas de humor" según definición de la propia autora. Pero fue con Amor América: un viaje sentimental por América Latina (1993) que, como confiesa, aprendió a escribir. Siete años más tarde vendría la consagración con el premio Planeta por Mientras vivimos.
Después de la guerra entre Hezbolá e Israel, que cubrió desde el Líbano, decidió instalarse en Beirut por un tiempo, y fue allí que escribió Esperadme en el cielo, ganadora del Nadal 2009.
Algunas de las opiniones de Maruja Torres han desatado polémicas, entre las que se pueden citar la de 2005 al llamar "hijos de puta" a los votantes del Partido Popular en una entrevista publicada en el Diario del Barcelonés o la de 2006 con su breve artículo de opinión, publicado en El País,
al escribir: "La realidad es que en el Gobierno israelí, que gobierna a
Bush, el vicepresidente es un nazi -ser nazi, hoy, consiste en ser
racista con los árabes- ultraderechista reconocido llamado Avigdor Lieberman". El entonces embajador de Israel en España, Víctor Harel envió una carta al director del citado diario, en la que acusa a la periodista de "antisemitismo". Maruja Torres contestó a su vez con un nuevo artículo, en el que se declaró abiertamente antisionista.
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