"Es una profesión extraña. Hasta la denominación choca: ¿arabista? Y el interlocutor recién presentado estira la nariz, arquea las cejas y queda con los ojos perplejos, suspenso por la sorpresa. En el peor de los casos -frecuente- aludirá a la inencontrable chilaba de vuestro vestuario, a las cuatro mujeres que, picarón, el Profeta permite, porque el conecedor a fondo nunca falta: una visita turística de seis horas a Tánger en el transbordador de Algeciras da para mucho. Es de suponer que situaciones parejas han de vivir (eso sí, sin intenciones de mugres y chilabas) quienes se atrevan a declararse escritores, filósofos o investigadores: a algún que otro probo trabajador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas lo clasifican en su censo como detective. En fin, unos y otros componemos esa ignorada grey, de veras marginal, que no especula con el suelo, ni contruye puentes ni crea nuevas variedades de trigo. Y el arabista enmudece sin osar contradecir las explicaciones que el interlocutor le ofrece sobre la guerra Irán-Iraq, sobre la verdadera solución al problema de Melilla o acerca del indiscutible origen árabe del vocablo "alameda", pues por algo comienza por "al". ¿Por dónde empezar?
Mientras el arabista asiente a todo, desconecta de la conversación y rumia su biografia entera, la de su tribu -los otros arabistas- y la de la suma de taifas semianalfabetas que componen España, maldice el tener un apellido infrecuente ("Eso será árabe, ¿no?") y, ya más científicamente recuerda que a la postre él no es sinó el penúltimo eslabón que se inició en la Edad Media con la reincorporación del país a la Latinidad, con la vuelta al seno de la mamá latina a la cual, por cierto, él profeso profundo amor filial, casi edípico: ¿Cómo aventurarse a sugerir al interlocutor, ya lanzado ("los moros, todos maricones, ya se vió en la guerra") que él se divierto leyendo a Claudio Eliano, a Apuleyo, o los grafitos amatorios pompeyanos? Hay límites que ni siquiera un arabista puede traspasar. Y piensa que no es el único cuyo temas de estudio, sus trabajos cuotidianos, no están de rabiosa actualidad, al ritmo de hoy, viste como quieras. Pero no le consuela nada rememorar la fea encuesta: la mitad de los españoles jamás leerá un libro, y la otra mitad -tal como van las cosas en Educación, Cultura, etc.- está a pique también de quedar inmunizada del virus de la palabra, sobre todo de la escrita, su variante más dañina. Y no le consuelo porque sabe que en todos los repartos editoriales, de índices de lectura, de ayudas, becas, puestos, planes de estudio, a él y los suyos se les reserva el papel de florero cada vez que el ente autonómico Equis decide inventarse un pedegree exótico, entre la demora sine die de la reforma agraria y la próxima quiebra de la Supercaja de Ahorros Hache.
El interlocutor, un punto amostazado por tantos monosílabos, acaba conminando: "¿Es que no está usted deacuerdo conmigo?". Y el arabista, ante la amenaza de toda la hueste de Santiago cerrando sobre él, prefiere que quede sentada su ignorancia frente al bien informado lector de periódicos; mejor eso que arrostrar los peligrosos vericuatos de aclarar que Irán no es un país árabe, que Bagdad no es su capital o que decir Yomeini o Sájara es una gilipollez, se mire por donde se mire.
Ya a solas, el arabista, curtido en un largo catecumenado de sufrimientos y en su permamente ceremonia de iniciación, revisa, masoquista él, su colección de perlas, entresaca algunas y se extasía: "lo malo no vino con los árabes rubios de ojos azules, con la saga de los Omeyas, sino con sus acompañantes africanos", que para encetar el bollo no está mal; "desde que los baazistas trasladaron a Bagdad el califato que hasta entonces había tenido su sede en Damasco"... La emoción es demasiado fuerte, resuelve abandonar. Maquina escribir una carta al diario, mas la dude le consume: ¿merecerá salvarse de la papeleta informar al avezado periodista que el partido Baas fue fundado en pleno siglo XX por un cristiano sirio y que la sede del califato fue trasladada de Damasco a Bagdad en el año 756 d.C. por los abbasíes? ¿Es que lo suyo pasa de ser una puntillosidad ridícula de erudito cascarrabias? Como si el milenio arriba o abajo importase algo, inmersos como estamos en la cultura de la imagen. El temor a la papeleta atenaza sus manos, luego las dirige a la cocina, para combatir la depresión zampándose un bocadillo de jamón: ("usted, siendo arabista, no comerá cerdo, ¿verdad?")"
*Fragmento de "Al-Andalus contra España: La forja del mito" de Serafín Fanjul (arabista y catédratico de Literatura árabe en la Universidad Complutense de Madrid)
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