Hace unos dias hablaba de Alaa Al Aswani por su puesto número uno en la lista FP de los 100 pensadores de 2011 por su papel en la revolución egipcia.
Algunos datos...
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Alaa al-Aswani nació en El Cairo (Egipto) en 1957 en el seno de una familia
intelectual. Su padre, Abbas Al Aswani, era escritor, por lo que desde muy
pequeño entró en contacto con la literatura. Cursó sus estudios de secundaria en un instituto de habla francesa y
estudió odontología en Egipto y en la Universidad de Illinois (Chicago), donde residió durante trece años de su vida. Además, tambien estudió
literatura española en Madrid. Tras su vuelta a Egipto, abrió su consulta
odontológica en el edificio Yacobián, lugar que posteriormente daría título a una de sus novelas.
Es miembro fundador del partido de oposición Kifāyya (Movimiento
Egipcio por el Cambio), y participa activamente en la vida tanto política como
cultural de su país. Actualmente sigue ejerciendo de dentista, profesión que compagina con la
creación de novelas, cuentos y artículos periodísticos.
"El edificio Yacobián"
En 2002 publica Imaret Ya'qubian (El edificio Yacobián), obra que rápidamente se convierte
en best seller de la literatura árabe, siendo traducido a más de
veinte idiomas. En 2006 fue adaptada a la gran pantalla con el mismo título y
bajo la dirección de Marwān Ḥāmid,
convirtiéndose en la producción más cara del cine egipcio.. Recientemente,
se ha llevado a la televisión en forma de serie dirigida por Ahmad Saqr.
El edificio Yacobián, que da título a la novela, es un inmueble señorial
de arquitectura europea construido en 1934 por un homónimo millonario armenio
en Wast el-Balad, barrio céntrico de El Cairo. Hasta 1952 en él residían la
flor y nata de la sociedad egipcia de la época: aristócratas terratenientes,
ministros, grandes industriales extranjeros, millonarios judíos y una élite
cosmopolita y occidentalizada. Sin embargo, “en el año 1952 la Revolución lo
cambió todo”, y las profundas trasformaciones sociales que el golpe de estado
de los Oficiales Libres trae consigo afectan también a los habitantes del
edificio: poco a poco los antiguos propietarios abandonan el país o se van a
vivir a los nuevos barrios residenciales de Muhandesin y Madinat Nasser,
mientras que los apartamentos son ocupados por militares y sus familiares y los
trasteros de la azotea se convierten en habitaciones alquiladas a emigrantes
pobres venidos del campo.
Progresivamente se va estableciendo una marcada separación entre la
comunidad de la azotea, un microcosmos que lucha por la supervivencia diaria, y
los inquilinos de los apartamentos, de clase acomodada. El edificio Yacobián se convierte en
el hilo conductor que conecta estos dos universos paralelos, entrelazando las
vidas de sus habitantes a pesar de las barreras sociales. Por eso, el edificio
no es mera escenografía de la acción de los personajes, más bien constituye la
estructura portante de la novela, encarnando una poderosa metáfora de la
evolución de la sociedad egipcia a lo largo del siglo XX, cuyos cambios quedan
reflejados en las historias de sus inquilinos.
A principio de los años 90, en el periodo de la Guerra del Golfo, Egipto es
un país a la deriva: tras el declive del socialismo nasserista y la
apertura liberalista. El pueblo sigue hundido en la miseria y afligido por la
injusticia social como antes de la Revolución de 1952, un abismo separa los
problemas reales del país de la política oportunista de una clase dirigente de
nuevos ricos corruptos, ignorantes y ambiciosos.
De la novela emerge un retrato asqueado de la política egipcia, reducida a
un negocio de compraventa de cargos, protagonizada por arribistas sin
escrúpulos ni ideales que han alcanzado el poder por medio de sucio trapicheo y
oportunismo político y se reparten el país como una propiedad privada. Hasta la
religión, en sus manos, se convierte en un instrumento de poder y de propaganda
electoral manipulado según la conveniencia, con el apoyo de autoridades
religiosas conniventes que se prestan a justificar sus fechorías.
Tres habitantes emblemáticos del Edificio Yacobián destacan por su
incapacidad de resignarse frente a este panorama desolador: Zaki, Buthayna y
Taha, dos generaciones, clases sociales y géneros diferentes acomunados por el
rechazo al estatus quo del presente.
Zaki es un personaje totalmente anacrónico, un aristócrata nostálgico que
arremete contra la historia, y especialmente contra la revolución de Nasser,
por haber destruido la efímera burbuja refinada y cosmopolita en la que vivía
la aristocracia egipcia antes de 1952 y haberle condenado a una vida mediocre,
despojándole de los privilegios que su posición le garantizaba. Sin embargo, a
pesar de sus recriminaciones contra Egipto y su veneración por Europa, Zaki
nunca ha dejado su país para vivir en otra nación, aún teniendo la posibilidad
de hacerlo: su generación, crecida con la lucha nacionalista, tiene el mito de
la patria todavía muy vivo y presente. A pesar de todo, sigue amando
incondicionalmente a su país, confiando en sus potencialidades y capacidad de
resurgir de la decadencia, una vez extirpado el cáncer de la dictadura que le
mantiene sumiso en la ignorancia y la pobreza: “La causa de la decadencia de
este país es la falta de democracia. Si hubiera un auténtico régimen
democrático, Egipto sería una gran potencia. Nuestra lacra es la dictadura,
porque la dictadura conduce inevitablemente a la pobreza, la corrupción y el
fracaso en todos los ámbitos.”
El punto de vista de Buthayna, joven y hermosa inquilina de la azotea que
tras la muerte del padre empieza a trabajar para sacar adelante a su familia y se
ve obligada a soportar los acosos sexuales de su patrón, con tal de mantener su
puesto de trabajo, es totalmente distinto: en su lucha diaria por la
supervivencia. Ella no puede entender los sentimientos patrióticos y las
teorías democráticas de Zaki, que le suenan tan irreales y lejanas como las
palabras de amor de las películas. Es fácil ser idealista, siendo rico; a las
“palabras mayores” de Zaki contrapone la urgencia de respuestas concretas y la
evidencia de una realidad en la que “la gente sufre”, “está harta”. Buthayna
simplemente pide la posibilidad de realizar sus modestos sueños a su medida,
casarse, tener hijos, llevar una vida tranquila, en un “país limpio, en el que
no haya suciedad, pobreza ni injusticia”, y por eso, pragmáticamente, considera
que la única solución es salir de Egipto, huir de un país que odia porque nunca
le ha ofrecido un futuro, sino que le ha forzado a una éducation
sentimentale acelerada que ha quemado antes de tiempo la inocencia de sus
sueños juveniles.
En contraste con el pragmatismo de Buthayna, se encuentra Taha, un joven
idealista y soñador: a pesar de ser pobre, hijo del portero del Edificio
Yacobián. Su máxima aspiración es entrar en el cuerpo de policía, para formar
parte de ese aparato estatal que en su ingenua visión juvenil encarna el orden
y la justicia. Es inteligente y aplicado, se ha preparado a fondo para la
prueba de acceso a la Academia de policía; sin embargo, a la hora del examen su
condición social humilde se impone como un sino ineludible, y Taha experimenta
en su propia piel la injusticia de la discriminación clasista. En cuanto su
visión ideal del estado se derrumba, Taha encuentra refugio en la religión que
poco a poco se transforma en el eje de su vida. Tras experimentar la cara
monstruosa del estado en la represión y la tortura, Taha aprende que el
gobierno no es un padre cuidadoso, sino un Leviatán que se alimenta y se
mantiene a costa de sus ciudadanos, como le recuerdan sus torturadores: “No
eres nada para nosotros, Taha. Somos el Gobierno. ¿Acaso eres alguien para el
Gobierno?”. Taha no puede creer que su país le haya hecho esto: su
desesperación y deseo de venganza se convierten finalmente en odio y fanatismo.
La historia de Taha es paradigmática de la génesis del fundamentalismo como
consecuencia directa del fracaso de la política: el islamismo radical encuentra
terreno fértil en la injusticia y en el malestar social, tiene éxito entre las
masas por su capacidad de movilización alrededor de grandes ideales, llenando
el vacío ético abierto en la sociedad egipcia por la corrupción generalizada de
su clase dirigente. Los islamistas se presentan como única alternativa al
estado, se hacen intérpretes de la rabia y las frustraciones de los jóvenes,
que encuentran en la religión amparo y esperanza frente a la desolación del
presente. Taha se ha sentido traicionado por su país, por ese “Estado” que le
ha destrozado la vida, y que se ha convertido en su peor enemigo: “Si hubiese
sido detenido en Israel, los judíos no me habrían hecho algo parecido. Si
hubiese sido una espía, un traidor a mi patria y a mi religión, no me habrían
hecho esto.”
Además de criticar duramente tanto la política como la religión, la novela
derriba también el tabú social de la sexualidad y se enfrenta a este tema de
forma muy innovadora dentro de la literatura árabe, tratando aspectos
normalmente silenciados como la homosexualidad y la sexualidad femenina, con un
lenguaje muy explícito y realista. A consecuencia de la obsesión por la
moralidad y de la represión de las pulsiones sexuales, en la sociedad egipcia
todo tipo de relación que salga de la ortodoxia conyugal es condenada como
pecado y por eso confinada a la clandestinidad. Eso vale tanto para las
relaciones heterosexuales -Busayna y Zaki son acusados de prostitución por
tener relaciones sin estar casados-, como para las homosexuales, que además son
consideradas un vicio perverso, merecedoras del castigo divino. La
homosexualidad aparece como una práctica difusa en la sociedad egipcia,
trasversal a todas las clases sociales, pero “tolerada” por las autoridades
sólo a cambio de que no turbe la fachada de moralidad pública y se mantenga
escondida en la clandestinidad, sometida al chantaje de los policías.
Este puritanismo de fachada en materia sexual genera por otro lado una doble
moral hipócrita, cuya consecuencia más evidente es la sórdida reducción del
sexo a mero comercio, alimentando diferentes formas de prostitución, más o
menos disimuladas, como el acoso sistemático de los patrones a las
dependientas, que éstas se ven obligadas a aceptar para no perder el trabajo, o
el matrimonio secreto pro-forma que Hagg Ezzam contrae con Suad, una mujer divorciada
con un hijo pequeño, para poder mantener relaciones sexuales con ella a pesar
de estar ya casado, sin levantar escándalo ni caer en pecado.
La novela se caracteriza por un marcado realismo y se enfrenta abiertamente
a temas tabúes de la sociedad egipcia como la dictatura, la tortura, la
homosexualidad, el aborto, etc.; sin embargo, esta crítica tan dura emerge a
través de las historias de los personajes, nunca bajo forma de especulaciones
abstractas o sermones moralistas. Este es el gran mérito de la
novela: la capacidad de sacar a luz los aspectos más
crueles e injustos de la sociedad egipcia, desenmascarando su cara oculta a
través de una crítica mordaz que sin embargo nunca llega a ser pedante. A pesar
de su contenido por momentos muy duro, la lectura de la novela nunca deja de
ser agradable, la ironía interviene a menudo en suavizar el pesimismo, y la
empatía con los personajes mantiene el lector enganchado al desarrollo de la
acción hasta el desenlace final.
- Trailer de la película subtitulado al inglés
- -Película de Marwan Hamid en versión original
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