No ha sido la primera mujer saudí en reivindicar el derecho a
conducir. Sin embargo, Manal al Sharif se ha convertido en el rostro de
la campaña Women2Drive, que desde hace un año promueve que las mujeres
se pongan al volante en el único país del mundo que lo prohíbe. El vídeo en el que se la veía manejando un coche por las calles de Al Jobar dio la vuelta al mundo, y con ella en la cárcel.
Ahora ha vuelto a dirigirse al rey Abdalá para que acabe con ese
anacronismo. “No es solo conducir, es mi derecho a la dignidad”, explica
por teléfono desde el Reino de los Hombres Saudíes, como describe su
localización en Twitter.
Al Sharif rechaza la etiqueta de activista. “Solo intento cambiar mi
realidad, no puedo cambiar el mundo”, declara prudente. Por ejemplo,
antes, si la policía moral la paraba y le pedía que se cubriera el
rostro, lo hacía y se iba del lugar. “Ahora les planto cara”, asegura
esta informática de 32 años, divorciada y madre de una niña de siete,
que respeta el hiyab, pero no esconde el semblante.
En Arabia Saudí no existe una ley que prohíba expresamente que
conduzcan las mujeres (las beduinas lo hacen fuera de la vista de los
clérigos puritanos), pero el país no se rige por una Constitución o
leyes escritas, sino por el Corán y la Sunna (la tradición islámica).
Así que cuando, en 1990, las precursoras de Manal rompieron el tabú y
condujeron a través de Riad, hubo un clérigo que con prontitud emitió
una fetua (edicto islámico) tachando de haram (prohibido en el sentido religioso) que las mujeres se pusieran al volante.
Sin embargo, su gesto del año pasado la ha convertido en un símbolo y
no solo para las saudíes, también para otras árabes. Prueba de ello es
su inclusión entre las 100 personas más influyentes de 2011 de la
revista Time, los 100 pensadores más destacados de Foreign
Policy, la lista Forbes de mujeres que agitaron el mundo ese mismo año, o
como una de las mujeres sin miedo de The Daily Beast. También ha sido uno de los tres galardonados en la primera edición del premio Václav Havel a la disidencia creativa.
“Me siento muy honrada”, admite con modestia. Pero ese reconocimiento
internacional contrasta con las dificultades que le ha traído su
activismo. Al Sharif fue detenida brevemente el 21 de mayo de 2011,
mientras repetía la hazaña al volante que dos días antes había mostrado
en YouTube y de nuevo al día siguiente. Pasó nueve días en la cárcel
hasta que la dejaron en libertad bajo fianza, un castigo
desproporcionado que motivó una acción de Amnistía Internacional y que
los observadores atribuyeron al nerviosismo de los gobernantes saudíes
ante la primavera árabe.
Adnan al Sale, el abogado de Al Sharif, explica que a su clienta le
acusan de “incitar a las mujeres a conducir” y de “aunar la opinión
pública”. Al Sharif vive en la provincia Oriental de Arabia Saudí,
colindante con esa isla-Estado en la que la mayoría chií se ha rebelado
contra la monarquía suní que monopoliza el poder y a la que acusa de
discriminación. Los chiíes saudíes, una minoría que se concentra en esa
provincia Oriental, también se han manifestado contra su abandono. La
familia real ha dejado claro que no está dispuesta a correr riesgos, ni
allí ni en el resto del reino.
“Sin duda, no me acusaron de nada; pero, por lo que me dijeron,
temían que fuera parte de lo que estaba ocurriendo en ese momento en
Bahréin”, confirma.
El pasado mayo, Al Sharif se vio obligada a renunciar a su trabajo
como asesora de seguridad informática en la compañía nacional de
petróleo Saudi Aramco. No la echaron, pero se sentía cada vez más
marginada. Las trabas que pusieron sus superiores a que viajara a Oslo
para recoger el Premio Václav Havel fueron la gota que colmó el vaso.
Allí explicó su evolución de simpatizante de los islamistas radicales en
su juventud a defensora de los derechos de la mujer. El acceso a
Internet a partir del año 2000 y los atentados del 11-S le abrieron los
ojos.
“Internet hizo que empezara a perder el miedo a que mis creencias
impolutas resultaran contaminadas. Luego, cuando Al Qaeda se
responsabilizó de los atentados, me di cuenta de que mis héroes solo
eran terroristas sangrientos”, cuenta.
¿Qué le pide al monarca en su nueva carta abierta? “Lo mismo que en
la anterior, hace un año: protección para aquellas mujeres que necesiten
conducir”, responde convencida de que “las saudíes van a hacerlo en
cualquier caso, antes o después”. A mediados del pasado junio, también
cientos de sus compatriotas firmaron una petición al rey respaldando el
derecho a ponerse al volante para marcar el aniversario de la campaña Women2Drive.
La reivindicación no es nueva. Ya en 1990, a raíz de la presencia de
mujeres entre las tropas estadounidenses que acudieron al reino para
repeler la invasión de Kuwait por las fuerzas iraquíes, medio centenar
de saudíes se animaron a conducir por el centro de Riad. Tras pasar 24
horas en comisaría, las autoridades les confiscaron los pasaportes y
algunas perdieron sus trabajos. No fue hasta 2007 cuando la Asociación
para la Protección y Defensa de los Derechos de las Mujeres en Arabia
Saudí, fundada por Wajeha al Huwaider y Fawzia al Uyyoni, volvió a
abordar el tema en una petición al rey Abdalá que reunió 1.100 firmas.
Al año siguiente, en el día internacional de la mujer, Al Huwaider se
grabó conduciendo y colgó el vídeo en YouTube. El último hito ha sido la
presencia de mujeres saudíes en los Juegos Olímpicos de Londres.
Pero Al Sharif en su carta no le solicita permiso “porque no hay
ninguna ley que lo prohíba”. En efecto, los más conservadores se oponen a
que las mujeres conduzcan por un trasnochado temor a que se mezclen con
el sexo opuesto y, sobre todo, a su independencia. Amparado en la
tradición y su particular interpretación del islam, el reino impone una
estricta segregación de sexos en la vida pública y su legislación
considera a las mujeres eternas menores que requieren un tutor
masculino, el guardián, durante toda su vida. De ahí las dificultades de
movilidad de las saudíes, de las que la imposibilidad de conducir es
solo la más visible.
“Lo que intentamos es animar a las autoridades a que protejan a las
mujeres que conducen porque no hay transporte público y los chóferes
privados resultan muy caros para la mayoría”, elabora Al Sharif, que
trata de evitar la confrontación.
De momento, la campaña ha servido para “concienciar a la gente”.
Cuenta satisfecha cómo este año dos de las telenovelas de Ramadán han
abordado el derecho de las mujeres a conducir. “El año pasado, uno de
los canales más populares lo intentó y fue censurado. Era un tabú y
ahora la gente está hablando de ello”. Aun así reconoce que, a pesar de
las promesas de promoción de la mujer hechas por el rey en septiembre
del año pasado, “los cambios se están produciendo muy despacio” y solo
bajo la presión de la gente.
“Si paramos ahora [las autoridades], no harán nada más”, señala. Pero
sus objetivos no se limitan a conducir. “La campaña Mi Derecho a la
Dignidad busca la plena ciudadanía de las mujeres”, subraya, sabedora de
que es un largo camino plagado de obstáculos, pero convencida de que es
una cuestión de tiempo. “La gente está cambiando a nuestro alrededor.
No podemos limitarnos a hablar. Necesitamos actuar”, justifica.
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