Enceguecido por el Medal Of Honor, esa madrugada era como
estar tras una consola, el fuego de los disparos encendían la pantalla,
detrás de cada mujer y anciano un terrorista, el tenía que tomar una
decisión, en un recuadro aparecen las fotos de los camaradas muertos, de
los niños suplicando por su padre en el Word Trade Center, ¡Qué mueran todos!
Las ráfagas callaron, el olor penetrante de la pólvora saliendo de su
fusil impregna el uniforme pixelado, combinado con el fuerte olor a
alcohol. No hay remordimiento, no hay arrepentimiento, eso no lo enseñan
en el Ejército, regresa caminando a la base, sus compañeros oyeron los
disparos, y conocían al sargento, y sabían lo que estaba haciendo y no
hicieron nada.
La sangre todavía no se había secado en las paredes y pisos de las
casas donde pisó aquel sargento del ejército norteamericano cuando
disparo indiscriminadamente contra niños, ancianos y mujeres.
El avión no había pisado tierra norteamericana, cuando los voceros ya
tenían el guion en la mano, un hombre con fatiga de combate y que había
visto morir a sus camaradas se dispuso en solitario a masacrar a las
personas que él creía eran parte del enemigo.
Su nombre, a cuatro días de haberse producido el hecho, no ha sido
divulgado y por supuesto no contará con un juicio civil ni en Afganistán
ni tampoco en Estados Unidos.
Creo que poco podemos abundar en relación a los marcos de impunidad con
el que el Imperio se mueve en el mundo bajo su dominio, a tal punto que
los miembros de sus fuerzas armadas no pueden ser tocados por la
justicia.
Siempre es el solitario, el trastornado mental, la manzana podrida, la
excepción a la regla, el que no representa la bravura de su noble
ejército, ese que recurre a un drone conducido desde Estados
Unidos para acabar con una aldea del otro lado del mundo. Es claro que
aquel acto atroz no fue producto de la locura, esta no aparece de la
noche a la mañana y el sargento llevaba 4 años realistándose, o por lo
menos las muertes que él tiene sobre sus hombros, antes de lo sucedido
en Kandahar, legitimas para el imperialismo como todas aquellas que se
dieron en pro de la democracia occidental.
¿Cinismo llevado a la máxima expresión? Cuando surge nuevamente el
ardid publicitario del “asesino solitario”, o el “desequilibrado
mental”, con ello la institución se aparta del hecho que contradice el
sentido original de implementar la democracia y la justicia.
El sargento tenía razones atenuantes para hacer lo que hizo, para él no
van a ver acusaciones de homicidio múltiple, para el hombre sin rostro y
sin nombre, habrá un juicio a puerta cerrada, una condena risible, dos o
tres años de asistencia psicológica en el Hospital John Reed.
La condena popular en Afganistán es opacada por las amenazas
terroristas contra el pueblo norteamericano de venganza, se activa la
alerta terrorista, el público sigue sin saber porque otra vez son
amenazados por los “barbudos de cabeza tapada”.
El soldado sin rostro “no es terrorista”, sólo siguió órdenes, no tiene
la culpa, pues cumple cumplía instrucciones y las anteriores muertes a
su cargo “fueron en el cumplimiento de su deber”;“era para evitar un
mal mayor contra el pueblo norteamericano”, el gobierno ha callado a sus
detractores en Afganistán recordándoles que no habría Estado sin el
dinero norteamericano y sin las tropas, la idea fugaz de justicia
desapareció, “democracia no significa justicia”, sino el producto que
vende Estados Unidos; o “la justicia no implica castigo”, después de la
pantomima de juicio que va a recibir la muestra significante de locura
de muerte del Ejército Norteamericano.
¿Ya fueron vengados los muertos del Word Trade Center? ¿Esto era lo que
querían las familias de las víctimas? ¿Si aquella es una guerra justa,
qué se pretende ganar ahora? La democracia, de ser un concepto etéreo y
abstracto ahora es un insulto, uno que se emitió con una orden de retiro
de un asesino a la mitad de la mañana en vuelo directo para Estados
Unidos, uno que el mismo Estado norteamericano no quiere desvelar porque
teme que, al igual que otros, no muestre arrepentimiento, sino
convencimiento de que lo que hizo fue correcto, tal y como le enseñaron.
A partir de este incidente, me adentre en las redes de Youtube y
observé varios videos subidos por veteranos de la OTAN sobre los
supuestos combates contra los talibanes, y a cada disparo un grito de
éxtasis, la adrenalina al máximo, todas las tomas mostrando la bravura
de los marines frente a un enemigo del siglo XVI. "No hay reconocimiento
ni compasión para el enemigo porque ellos volaron las Torres y
Hollywood se encarga de recordarlo en el cine y la televisión".
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