Los lectores de Yasmina Khadra sabemos a qué atenernos al hacer
frente a la lectura de cada nuevo libro del autor. Y digo autor ya que
Yasmina Khadra es el seudónimo de Mohamed Moulessehoul, un excomandante
del ejército argelino que adoptó tal nombre al comienzo de su carrera
para pasar libre de sospechas al editar sus obras. Obras siempre
conflictivas ambientadas en Argelia y en parajes de Oriente Próximo, con
las actuales confrontaciones como telón de fondo y leiv motiv de las frustraciones de sus personajes.
En esta última obra del autor nos vemos sumergidos en el conflicto de
Irak. El hilo conductor de la trama es un joven que vive en el limbo,
en el pueblo de Kafr Karma, sitio donde, por lo pronto, reina la calma.
Después de una fantástica escena protagonizada por un chico con cierto
retraso mental, y a raíz de cierto “daño colateral”, un suceso que
conocimos a través de la prensa, la caída de unas bombas en la
celebración de una boda, con cuantiosos muertos como consecuencia, la
vida tranquila se trastoca. Los pensamientos se van radicalizando, y los
jóvenes empiezan a lavar afrentas. Es el comienzo de un viaje interior
para todos ellos, de la barbarie y de su previsible inmolación en la
capital.
La segunda parte de la novela transcurrirá cuando nuestro personaje,
en clara “maduración” se adentre en Bagdad para vengar los agravios
hechos a su familia y a su pueblo. Allí descubrirá el verdadero
infierno. Nadie está libre de sospecha, cualquiera puede ser su enemigo.
Todo se hunde. Y su hermana, en la que confiaba, trata de llevar su
vida. Trata de vivir. Algo inconcebible en su actual estado mental. En
este paraje se desarrolla una buena novela negra de guerrilla urbana y
que desembocará en la última decisión.
En Beirut, parte tercera del relato, tendrá lugar el desenlace. Si
bien, un prólogo del relato, nos remite al final, tratando de mantener
una intriga circular, son las dos partes internas de la obra las
verdaderamente merecedoras. La descripción social de Kafr Karam y de
Bagdad son de lo mejor escrito para entender el enjambre allí
engendrado. La desintegración del primero y la locura sin final de la
capital nos hace pensar en la imposible solución al drama. Los
personajes del pueblo, traspasados a la capital, son hienas que se
devoran unas a otras sin el más mínimo escrúpulo, y la aclimatación a un
Estado en excepción es simplemente esclarecedor de la forma actual de
supervivencia. Es por ello que se me antoja que el final, la parte más
occidentalmente novelesca de las tres, tiene partes algo reiterativas y
gratuitas. El final, poético como en todas sus obras, y algo previsible,
se ve empañado por unas páginas de motivos explicatorios de la crisis
que, si bien pueden ser necesarias para una edición norteamericana de la
obra, sobran para los lectores del antiguo continente.
Aquellos que disfrutaron con la lectura de su anterior libro, “El
atentado”, una pieza clave para el entendimiento de la crisis palestina –
israelí, con un equilibrio envidiable en la toma de partido de su
personaje central, se recrearán bastante con éste último.
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