Hoy tenía la intención de comenzar uno de aquellos libros que adquirí una mañana de domingo en el mercado de antigüedades de la catedral de Tarragona. "El imperio frente a la diversidad del mundo" del politólogo francés de origen argelino Sami Naïr, cuya obra "Las heridas abiertas" ya había leído durante la carrera. Por el color de sus hojas y su precio podría parecer un libro antiquísimo, pero realmente fue publicado en 2003. Finalmente, quizás por la pereza típica de los domingos, el libro sigue en el mismo lugar donde lo dejé.. Pero hojeando El País esta misma mañana he encontrado este artículo del mismo autor donde, como siempre elocuente y locuaz, describe de una manera muy certera la situación actual en Egipto.
"El golpe de Estado del Ejército egipcio tendrá consecuencias temibles en el proceso revolucionario en marcha desde hace casi tres años en el mundo árabe. Se inscribe en la misma línea de reacción que la de los militares en Siria. Pero la situación egipcia es más emblemática, porque muestra cómo las fuerzas democráticas, para enfrentarse a los islamistas, no han dudado en apoyar el golpe, lo que constituye un giro fundamental en el futuro de los países árabes. Ello quiere decir, al menos en Egipto, que los partidarios de la modernidad, de la laicidad y del progreso demuestran que no pueden hacer frente a los islamistas en el poder; que no pueden asumir una legislatura de los islamistas; que prefieren recurrir a los militares que les han oprimido en el pasado para evitar padecer el yugo de los religiosos, potencialmente totalitarios. Así pues, esta es la estructura de la tragedia en la que se encuentra atrapada la democracia en todos los países árabes. Las tres fuerzas sociológicas centrales en estos países, y de las que Egipto es la quintaesencia —a saber, el pueblo excluido desde siempre y que durante la transición democrática aportó un apoyo masivo a los islamistas; los militares que ostentan el monopolio de la fuerza represiva, que han servido de columna vertebral a todas las dictaduras desde hace más de medio siglo; y las fuerzas modernistas laicas y democráticas—, demuestran, a través del ejemplo egipcio, que no aceptan el juego “mayoritario-minoritario” de la práctica democrática.En el fondo, tenemos que vérnoslas con transiciones democráticas sin demócratas. Por eso los militares pueden retomar el mando con tanta facilidad. Ya quedó demostrado con la experiencia argelina: los islamistas habían ganado democráticamente las elecciones en 1991, pero los militares les impidieron llegar al poder. Las capas medias democráticas respaldaron entonces a estos últimos, por temor a padecer una regresión religiosa de la que el modelo iraní era el ejemplo. De ahí, una guerra civil terrible (más de 300.000 muertos) y el poder consolidado del Ejército con el apoyo real de la mayoría de la población argelina. Conclusión amarga: si hay democracia, debe por tanto ser reservada a algunas capas sociales y excluir de golpe todo aquello que, de cerca o de lejos, pueda tocar lo intocable: el poder del Ejército.¿Pasarán los islamistas a la revuelta armada? Es muy improbable, salvo si los militares intentan destruirlos como partido. Si cometen este error, provocarán inevitablemente una alianza entre los Hermanos Musulmanes y los salafistas del partido Nur, los cuales, desde luego, van a temer recibir el mismo trato. De momento, los Hermanos rechazan participar en el proceso electoral, mientras el Ejército no haya, tal y como exigen, “devuelto el poder a Morsi”.Egipto se encuentra en una situación similar a la de Argelia en los noventa. ¿Nos dirigimos por ello hacia una guerra civil? Nadie lo puede afirmar, pero lo que sí es seguro es que los Hermanos Musulmanes van a padecer un periodo muy difícil: deben hacer autocrítica interrogándose sobre su capacidad para engendrar un apoyo que vaya más allá de sus propias bases. No pueden gobernar democráticamente las sociedades solo desde su islamismo conservador; estas son, ciertamente, islámicas pero también posislámicas en el sentido de que no van a aceptar un poder de naturaleza religiosa. La ideología política islamista ha fracasado en Egipto. No habrá vuelta atrás.Reivindicación suicida, ¡pues el Ejército no ha destituido a Morsi para confirmarlo de nuevo en su puesto! Los Hermanos se condenan así a la impotencia política y, sobre todo, se niegan toda posibilidad de ampliar sus bases en dirección a las fuerzas democráticas. De hecho, se encuentran en una encrucijada: o aceptan el Estado civil, o se condenan a no formar parte de una alternativa más amplia frente al autoritarismo militar. En Egipto han perdido la batalla como partido hegemónico. Y en el resto del mundo árabe los militares han trazado su estrategia frente a los islamistas: no permitirán que la religión sea motivo de enfrentamientos en la sociedad. Pero la vuelta del Ejército a primera línea no significa que los problemas sociales desaparezcan. Y, desgraciadamente, la inestabilidad seguirá."
Con todo ello, me viene a la cabeza un documental que vi hace poco sobre el asesinato del presidente egipcio Anwar el-Sadat en 1981.. Las imágenes hablan por sí solas y demuestran el brutal papel que ha jugado desde siempre el ejército en Egipto, montando y desmontando a su antojo los acontecimientos. Los islamistas no han encontrado la solución para los graves problemas que sufre desde hace décadas la sociedad egipcia, como tampoco lo hará el ejército. Así precisamente no es como se llega a la democracia, mientras unos y otros sigan jugando al gato y al ratón, la inestabilidad y el temor a una guerra civil continuarán vigentes ahogando cada día un poco más a este país situado a la orilla del Nilo.