Universitat Rovira i Virgili
Mucho se ha hablado y escrito en los últimos
años sobre la posibilidad de que Turquía acabe dejando de lado su deseo tan
largamente perseguido de ser miembro de la Unión Europea para dedicarse de
pleno a un nuevo y ambicioso proyecto con vistas a Oriente Medio y Asia. Pero,
está realmente Turquía dividida entre los partidarios de la integración europea
y los que prefieren evocar el pasado otomano? Es la nueva política exterior
llevada a cabo por el gobierno del AKP compatible con su candidatura europea?
Este trabajo pretende aunar en las dificultades con la que pueden encontrarse
tanto turcos como europeos para conseguir que esta posible combinación se
realice con éxito.
De algún modo, la paciencia turca con la
Unión Europea parece haber llegado a su límite. Y no es de extrañar, ya que la
historia de las relaciones y negociaciones entre ambos es bastante extensa en
el tiempo. En 1963 se firma el acuerdo de Ankara que establece el objetivo de
su adhesión a largo plazo, posteriormente se solicita formalmente su plena
integración en la UE y, a pesar de cumplir con los criterios de Copenhague, las
negociaciones quedaron paralizadas debido a la no resolución del conflicto de
Chipre. Durante estos 50 años, Turquía ha cambiado de forma notable tanto en el
campo político como en el económico, siendo uno de los países del continente
europeo con mayor crecimiento, pero parece ser que la oposición francesa y
alemana a su incorporación ha pesado más que todas estas mejoras.
En 2009, Ahmet Davutoğlu se convierte en
ministro de Asuntos Exteriores y en principal arquitecto de la nueva política
exterior impulsada por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP)
actualmente en el poder. Aunque en realidad, esta política exterior neutral -también
llamada política de “cero problemas con los vecinos”- no se trata de algo
completamente nuevo, si no que ya fue llevada a cabo por el considerado por
muchos como padre de la actual República turca, Mustafa Kemal, el cual firmó
una serie de pactos con los Balcanes, Irán, Iraq, Afganistán,… Pero
posteriormente, durante la Guerra Fría, Turquía se acaba decantando por el
bloque occidental y entra en la OTAN con el objetivo de no encontrarse sola
delante de la poderosa Rusia. Todo ello sumado al hecho de ser el primer país
musulmán en reconocer el estado de Israel, hizo que durante unos años Turquía se
encontrara de algún modo aislada en sus relaciones con Oriente Medio ya que se
le consideraba el “caballo de Troya” de los americanos en la región.
Por todo ello, Davutoğlu ha pretendido
desarrollar una nueva visión de la política exterior que presente a Turquía
como un país central en la política global con su propia área de influencia en
su vecindad más inmediata -e incluso más allá de ella- dejando de lado su papel
de “país puente” con el que se le caracterizaba normalmente. Aunque esta nueva
política exterior, basada en los principios de “cero problemas” y de
multidimensionalidad, en realidad ha resultado no ser tan idílica como
aparentaba ser en un primer momento. Turquía fue definida como un actor
capacitado para dialogar con todos, pero es precisamente esto lo que ha
conllevado los mayores problemas en la actualidad, ya que es muy difícil poder
complacer a todos sin que ello conlleve problemas con la otra parte. A pesar de
sus mejoras en las relaciones con Grecia, los conflictos a causa del Mar Egeo
persisten, por no hablar del siempre presente conflicto con Chipre, una de las
principales desavenencias con la Unión Europea. Además, su intento de mejorar
las relaciones con Armenia se congeló después de los males entendidos que se
produjeron durante la firma del protocolo de Zurich y la firma de un contrato
petrolero con la Región Autónoma Kurda Iraquí hizo que las relaciones con
Bagdad empeoraran sustancialmente.
A pesar de todo ello, en mi opinión, una de
las principales dificultades que hacen que esta nueva política exterior no sea
compatible con la candidatura europea se basa en desavenencias internas entre
los propios turcos reflejadas en dos tendencias muy distintas: el neootomanismo
y el kemalismo. Parece ser que el país se encuentra polarizado entre su
identidad musulmana, secular y nacional, y la orientación de su política
exterior puede ser víctima de estos factores opuestos internos. El
neootomanismo que predica el AKP está dispuesto a reconciliarse en cierto modo
con el legado musulmán y otomano de Turquía abriendo la puerta a un estado más
multiétnico y cosmopolita unido gracias al factor común del Islam. Esta
mentalidad más flexible le proporcionaría una sensación de grandeza y de mayor
seguridad con mayores posibilidades de integrarse en la UE ya que, entre cosas,
no vería, por ejemplo, a la identidad nacional kurda como una amenaza. En
cambio, los kemalistas consideran esta visión como algo completamente
irrealista y peligroso
para los intereses nacionales turcos por el hecho de alejarse de los principios republicanos en cuestiones como el reconocimiento de los kurdos y su política exterior da mucho más valor a la estabilidad que al cambio. Uno de los principales objetivos del neootomanismo es el acercamiento a Occidente, mientras que el sector kemalista siempre ha planteado más problemas en este sentido considerando a Washington y la UE como los principales intercesores del nacionalismo kurdo. La UE aboga por el reconocimiento de las minorías kurdas a la vez que parece que EE.UU. se ha convertido en el mejor amigo de los kurdos iraquíes, esta preocupación por el apoyo occidental a la causa kurda hace que este sector se aleje cada día más del deseo de una posible adhesión a la UE. Además, los kemalistas parecen estar igual de preocupados por el apoyo occidental al islamismo moderado del AKP –aunque él mismo se define como “conservador”-, el cual consideran un peligroso movimiento islamista respaldado por potencias ingenuas que creen que este modelo servirá para los demás países de la región después de las revoluciones árabes. Por todo ello, creo que para que Turquía pueda colaborar de forma constructiva y decidir si decide continuar adelante con su candidatura a la UE, necesitaría primero una reconciliación interna entre estos dos puntos de vista, tanto en su política nacional como en la internacional.
Otra de las posibles dificultades con las que se encontraría Turquía en su posible candidatura recae en el hecho de pertenecer a una cultura sólida. Los planteamientos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman en sus obras “Múltiples culturas, una sola humanidad” y “El arte de la vida” podrían servir perfectamente para definir este concepto. En ellas se teoriza el concepto de modernidad haciendo distinción entre “modernidad líquida” y “modernidad sólida” y, aun con ciertas diferenciaciones, podría aplicarse también al campo de las culturas. Por un lado, nos encontraríamos con las culturas sólidas, denominadas también originales en términos occidentales. Este tipo de cultura irradia un fuerte dinamismo hacia el exterior e influye de una manera contundente en el resto de culturas, especialmente en aquellas que se encuentran en proceso de construcción por diversas razones y que podríamos llamar culturas líquidas. Como consecuencia, estas últimas se convierten en receptoras de la influencia exterior irradiada por las culturas sólidas. Actualmente, Turquía puede considerarse como una cultura sólida debido principalmente a su calidad de heredera del Imperio Otomano, su matriz civilizadora, la consagración de su actual régimen democrático que puede convertirse en ejemplo a seguir para sus vecinos y el elevado índice de crecimiento económico llevado a cabo en los últimos años. Por todo ello, creo que esta condición de “cultura sólida” es lo que podría dificultar en cierto modo su compatibilidad con las exigencias que supondría su hipotético ingreso en la Unión Europea y su adaptación a otra cultura sólida como la europea podría convertir el proceso en un tira y afloja de nunca acabar entre ambos.
para los intereses nacionales turcos por el hecho de alejarse de los principios republicanos en cuestiones como el reconocimiento de los kurdos y su política exterior da mucho más valor a la estabilidad que al cambio. Uno de los principales objetivos del neootomanismo es el acercamiento a Occidente, mientras que el sector kemalista siempre ha planteado más problemas en este sentido considerando a Washington y la UE como los principales intercesores del nacionalismo kurdo. La UE aboga por el reconocimiento de las minorías kurdas a la vez que parece que EE.UU. se ha convertido en el mejor amigo de los kurdos iraquíes, esta preocupación por el apoyo occidental a la causa kurda hace que este sector se aleje cada día más del deseo de una posible adhesión a la UE. Además, los kemalistas parecen estar igual de preocupados por el apoyo occidental al islamismo moderado del AKP –aunque él mismo se define como “conservador”-, el cual consideran un peligroso movimiento islamista respaldado por potencias ingenuas que creen que este modelo servirá para los demás países de la región después de las revoluciones árabes. Por todo ello, creo que para que Turquía pueda colaborar de forma constructiva y decidir si decide continuar adelante con su candidatura a la UE, necesitaría primero una reconciliación interna entre estos dos puntos de vista, tanto en su política nacional como en la internacional.
Otra de las posibles dificultades con las que se encontraría Turquía en su posible candidatura recae en el hecho de pertenecer a una cultura sólida. Los planteamientos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman en sus obras “Múltiples culturas, una sola humanidad” y “El arte de la vida” podrían servir perfectamente para definir este concepto. En ellas se teoriza el concepto de modernidad haciendo distinción entre “modernidad líquida” y “modernidad sólida” y, aun con ciertas diferenciaciones, podría aplicarse también al campo de las culturas. Por un lado, nos encontraríamos con las culturas sólidas, denominadas también originales en términos occidentales. Este tipo de cultura irradia un fuerte dinamismo hacia el exterior e influye de una manera contundente en el resto de culturas, especialmente en aquellas que se encuentran en proceso de construcción por diversas razones y que podríamos llamar culturas líquidas. Como consecuencia, estas últimas se convierten en receptoras de la influencia exterior irradiada por las culturas sólidas. Actualmente, Turquía puede considerarse como una cultura sólida debido principalmente a su calidad de heredera del Imperio Otomano, su matriz civilizadora, la consagración de su actual régimen democrático que puede convertirse en ejemplo a seguir para sus vecinos y el elevado índice de crecimiento económico llevado a cabo en los últimos años. Por todo ello, creo que esta condición de “cultura sólida” es lo que podría dificultar en cierto modo su compatibilidad con las exigencias que supondría su hipotético ingreso en la Unión Europea y su adaptación a otra cultura sólida como la europea podría convertir el proceso en un tira y afloja de nunca acabar entre ambos.
Sin duda, el AKP ha desarrollado un discurso abogando claramente a
su intención de adherirse a la UE y ha realizado importantes cambios en su
camino hacia la democratización. Pero aun así, sigue causando desconfianza
entre sus vecinos europeos debido principalmente a la procedencia política de
algunos de sus líderes, hecho que sin duda Europa tardará en digerir. No hemos
de olvidar que los procesos de renovación democrática son complicados,
difíciles y, en algunos casos, pueden conllevar altibajos y su final puede ser
bastante incierto. Lo que está claro es
que si Turquía quiere formar parte de la UE tendrá que hacer una apuesta clara
y firme en todos los ámbitos: los derechos humanos, la cuestión kurda, el poder
militar, las fuertes desigualdades económicas que han seccionado el país,… y
decidir que es mejor para sus intereses. Quizás llegue en el momento en que
simplemente se canse de esperar a Europa y se dé cuenta de que ese sueño ya ha
quedado atrás y su camino es otro. Quizás lo que necesita realmente es no tener
que estar constantemente preocupado por la repercusión que puedan tener sus
políticas y actuaciones y llegar a la conclusión de que es mejor ser líder y
sentirse más cómodo entre los países de Oriente Medio y el mundo árabe, que
estar a la espera de algo que nunca llega y cuyo resultado final puede ser completamente
decepcionante.
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